La sociedad cambia constantemente: pasamos por una época de cambios bruscos y revolucionarios, en lo familiar, en lo social, en lo político. Y todo cambio supone un drama —algo tiene que morir para dar paso a lo nuevo—. Cuando el cambio no se entiende como alteración pasajera, sino como proceso permanente, exige una gran tensión y una fuerza interior que nos identifica con el «siervo vigilante».
Nos encontramos en una situación de cambio profundo, acelerado, universal. Este cambio abarca todos los planos del ser y del vivir, y por tanto del ser responsables, en nuestra formación, en la adquisición de la cultura y en la ética del comportamiento: en una palabra, se debe despertar la conciencia entre educandos (niños y jóvenes) para que sean responsables de su formación, para que huyan de la manipulación encubierta de la sociedad y de la seducción constante y descarada que conduce a la superficialidad.
Debemos enseñar a los jóvenes a ser «siervos vigilantes» y «maestros de la sospecha», para no dejarse engañar por todas aquellas manifestaciones raras, extrañas y alienantes de la actualidad que le quitan al hombre su libertad, y que obedecen a los intereses del mundo.