Los cuentos de Sergio Ramírez se inscriben tanto en la tradición realista hispanoamericana como en la veta fantástica. Hechos al mismo tiempo que su magnífica obra novelística, a lo largo de décadas, recogen el magisterio de Chéjov, Maupassant y Poe, en el sentido de que desarrollan en unos pocos párrafos una trama argumental de personajes relacionados entre sí como engranajes precisos que culminan casi siempre en un final sorpresivo. La prosa nerviosa, de rápidas pinceladas, nos sitúa sin embargo en tiempos cercanos, los del siglo XX y XXI, circunstancias en las que hay una aceleración de todas las formas de vida. El arte en nuestro autor es una vez más un espejo sobre el que brilla la realidad, solo que Ramírez no mantiene la superficie bruñida de la página en blanco en un mismo lugar, sino que la va moviendo mientras camina por la superficie de su querida Nicaragua, de América Central toda, del orbe hispano, a lo largo de la época contemporánea. Por eso mismo, las palabras que elige para contar pertenecen tanto a la lengua general como a las peculiares de su pueblo.
Escritor de abolengo hispano y americano en el él vive la lengua que es de todos, y tiene los humores de la historia literaria que viene del Arcipreste de Hita, el Lazarillo de Tormes, el propio Cervantes y nuestros escritores queridos Juan Rulfo, Juan Bosch, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Augusto Monterroso. Leyendo la intensa obra narrativa de Sergio Ramírez, sus cuentos y novelas, puede decirse que desde Rubén Darío no le había nacido a Nicaragua un autor de tan sostenida calidad.
Nicaragua, 1942-