¿Qué fracturas se dan entre aquello llamado realidad y quienes la perciben? ¿Existe la trascendencia o solo esta inmanencia y lo que en ella se extiende como innumerables modos? ¿Cuánto recupera el hombre, si algo recupera, al volver a su pueblo persiguiendo el origen de la memoria? De estas y otras heridas nos habla Segundo Cancino en Baruch bajo el aguacero, poemario polifónico en cuyo interior se abrazan tres libros construidos con elementos del teatro griego y de la poesía posmoderna. Cohabitan y dialogan en la tesitura de los versos, el héroe (in)visible que contempla la ciudad desvestida de su pasado épico y banalizada por la cotidianidad del entorno que multiplica y confunde su nombre; el extranjero vuelto a sus orígenes; el cantor popular; el santo venido desde los confines para ser olvidado en los altares; el filósofo que desvela la sustancia de la naturaleza en tanto pule cristales ópticos; la urbe abarrotada; el pueblo y sus fantasmas, desdibujándose en el límite de las puertas cerradas y en los patios vacíos; Ahoraestiempo y Zadán; el Uno, la muchedumbre y el Todo; los perfiles y las sombras de la historia; la soledad… desde donde asoma, sin turbaciones ni melodramas, la serena certeza de la finitud del hombre.