Escrita en 1954, Ismandro se adelanta por una década a las técnicas narrativas empleadas por los escritores del boom latinoamericano. Con influencias de Joyce y Faulkner, y alguna semejanza con las obras de la nouveau roman francesa, varias de sus páginas están compuestas solo de diálogos, que corresponden a distintos personajes en diferentes espacios y tiempos, pero sin indicación de los nombres de quienes dicen los parlamentos, privilegiando los monólogos interiores, flujos mentales, memoria tenaz pero poco confiable que se confunde con la imaginación, tiempos no lineales, ambientes cosmopolitas, fantasmales intrigas políticas y atmósferas evanescentes que, sin duda, capturan cierto “aire de los tiempos” de la Europa de la posguerra.
Asimismo, Ismandro tiene relación con el cine, otra de las pasiones de Pinilla. En la “advertencia al lector” contenida en el manuscrito que ha dado pie a esta publicación, el autor dice que ha prevalecido la forma cinematográfica en su texto. Añade que la idea surgió cuando escribía un cuento en 1952, y que el tema sirvió para un guion, del que —a su vez— tomó “algunas ideas” para “el desarrollo de la obra en la presente forma”.
La publicación de Ismandro hoy aporta al mejor conocimiento de la narrativa peruana del siglo XX, en cuanto contribuye a afirmar la existencia de una corriente paralela (y hasta subterránea). Y como en la música (que ocupa el espacio central de su creación artística), esta incursión de Enrique Pinilla en la literatura se hallaría, pues, marcada por la innovación y el deseo de captura de la modernidad.