La culpable de este poemario es la palabra, la lectura de norte a sur y el juego del arte en la literatura. Hablar de poesía es hablar de aquella discusión con la imaginación en el desprendimiento de la realidad, en los sueños de los sueños, de la reunión de las palabras a mediodía en una biblioteca, de las quejas de los silencios o de los vacíos. La poesía está sentada en esas calles que no se oyen voces, en esa esa esquina donde se espera a alguien en especial, en ese viernes del domingo que se cree que es el final de la vida y está por llegar, en aquel saludo entre el cielo y el mar. La mejor poesía es aquella que no se entiende en versión vertical o de izquierda a derecha. La poesía siempre fue un lugar donde depositar un millón de abismos, de sueños, muertes, quejas y discusiones a cambio de nada. Encontrar vida o muerte más allá del verso eso es vida, muerte y poesía. Siempre creí que la poesía estaría debajo de mis zapatos, en ese apetito de mi sombra, en la casa que respira por las ventanas, en las palabras que buscan excusas, en aquel néctar del olvido que mantiene su timidez en un recuerdo.