ISBN 978-612-48120-2-6

Reseña

Un padre de familia que se enamora perdidamente de la joven y coqueta profesora de baile de su hijo; un recién casado que llega a Piura dejando en otra ciudad a su esposa, y apaga sus penas en cerveza luego de haber roto su matrimonio por haberse enamorado de Carmen, una prostituta que termina abandonándolo; un piurano llora en mitad de la fría noche de Apurímac, extrañando a partes iguales a su familia y el polvo, el calor y el cebiche; un hombre no tan joven constata que su enamorada de veinte años lo ha dejado por su anterior enamorado, y apenas sabe qué hacer con la caja de chocolates que iba a regalarle; un funcionario de fronteras descubre en su última noche en Macará que no solo dejará su lugar de trabajo luego de desvelar una red de corrupción, sino también a la mujer que ama; otro descubre que el amor no siempre es suficiente, y menos aun cuando la vida se empeña en que haya demasiados kilómetros de distancia con la persona que amas verdaderamente; el último de los protagonistas descubre que en esta vida hay distancias que no se pueden medir en kilómetros y barreras infranqueables.
Todos son, pues, cuentos de perdedores, de quienes dejaron que el amor se escapara entre sus manos o de quienes tocaron con la punta de sus dedos algo parecido a la felicidad. Todos constatan que la cerveza, el canelazo o el aguardiente, el alcohol en resumidas cuentas, son un remedio momentáneo a una pena más larga que la sombra del amor que se pensó estar viviendo. «Es tan corto el alcohol y tan largo el olvido», podría decir un Neruda cumbiambero. Porque, como reconoce el propio autor, todos los cuentos tienen como principal motor inspirador la música de cumbia, y a su ritmo aconseja él mismo leerlos.
Música, alcohol, rendición, son los principales derroteros por los que nos llevan estos siete cuentos. Todos ellos escritos con precisión, terminados con el mismo golpe seco con el que se voltea el vaso de cerveza para que la espuma llegue al suelo luego de haber lavado la huella del compañero de penas, alegrías y borrachera. En todos ellos, como en los buenos cuentos, se elige el comienzo, se elige el final y se va en un lanzamiento breve, lo que LászlóScholz o el propio Cortázar entenderían como una flecha, directo a la diana. Como en los buenos cuentos, además, estos relatan de dentro hacia fuera. Como una bola de barro en las manos del alfarero, el autor mezcla la música con la vida –habría que ver cuál es el agua y cuál la tierra–, y moldea la emoción de la derrota para hacerla relato. Destaca en algunos de ellos la percepción del narrador, el punto de vista que dosifica el desvelamiento de parte de la historia.
Con el silencio del punto final llega el momento en que el lector, pasado el deslumbramiento del fogonazo del relato, alcanza la verdad de lo que ha sucedido. Como en un buen cuento, el autor ha sabido guiar en el baile de la lectura al lector y este, terminada la música, la narración, percibe cuando vuelve a la mesa el sentido total de la canción.
Los siete protagonistas que habitan en este libro demuestran que la vida es un baile. Guste más o menos la música, habremos de bailarla, si queremos al menos, demostrarnos a nosotros mismos que, por encima de derrotas, heridas o frustraciones, estamos vivos.