Ser católico no consiste sólo en pertenecer a una comunidad extendida por todo el mundo (aunque lo esté, siendo esto, al presente, algo discutible) sino más bien vivir una plenitud que otras comunidades y grupos no poseen (plenitud como totalidad) atestiguada por la experiencia y por la historia. Desde esta perspectiva, lo católico como plenitud y totalidad reconoce en otras confesiones cristianas lo verdadero y válido que pueda haber en ellas, tomándolo como realidad parcial que reclama la totalidad católica.