La diatriba propia de algunos llamados poetas malditos, que quizá vislumbraron la lujuria femenina como el atentado contra sus propios instintos masculinos, sin comprenderla bien; es diferente en Lucía Alfaro, que utiliza esta vía para lograr un efecto contrario: el propio empoderamiento del género que representa y, cuando parece advertir la falta de sororidad, extiende su ira contra esa negación del don que la ilumina desde el dolor, para imputar de falso satélite a la luna, de “metal forajido”, de engañosa y truculenta.