Yo soy un hombre aburrido. Mis hijos y mi esposa me dicen, “ya tienes 68 años, has trabajado duro toda tu vida, es hora de que te diviertas.” Lamentablemente, mi respuesta es: yo no tengo diversión. Ellos pasan varios días en nuestra casa de playa, en Tumbes. Yo les digo: “Voy pasado mañana”. Es que me aburro. Me gusta la playa, pero un día es suficiente. Llevo 10 libros, leo, descanso, al día siguiente regreso a trabajar. No sé si me dejaré entender, pero para mí la diversión es asegurarme de que la empresa nunca esté en rojo; que esté siempre en azul.
Mi propósito no es juntar dinero para gastarlo. No para vivir una vida de lujo, no. Ese no es mi hobby. Mi único hobby es hacer bien lo que hago. Si yo trabajo bien, si utilizo todo mi cuerpo y todo mi talento –el poco que tengo–, el resultado es que el negocio estará bien. Vengo de Ōsaka, tierra de comerciantes. Por eso no me gusta llamarme empresario; yo soy comerciante. Y si soy comerciante, tengo que ganar dinero. Si no, mal comerciante. El dinero que he juntado es mi historia.