El placer traidor rescata historias con el gusto culposo del periodismo y la pasión desmedida de quien escribe para la eternidad del instante. Le toca al lector leerlas sin tanto apuro ―he ahí la paradoja― y librarlas, aunque sea por un breve instante, del destino doloroso que aguarda a las historias periodísticas un día después de publicadas: el olvido.