“El seguimiento de Jesús se realiza, en su forma más acabada, en la Iglesia que él fundó. La Iglesia es la expresión concreta del camino cristiano; es aquella vía querida por Dios que lleva a los hombres a la vida.
Desde sus inicios, Dios puso su amada obra en manos de hombres frágiles y pecadores. Si bien con su resurrección se constituyó la Iglesia, hubo que esperar hasta Pentecostés para que los suyos entiendan y salgan al mundo, y para que el mundo se diese cuenta de que existía. Fue a partir de Pentecostés cuando la Iglesia empezó su caminar histórico.
Los primeros años fueron difíciles, de estrecheces y persecuciones; obligaron a la Iglesia a poner toda su confianza en Dios, y a depender sólo de él. En esos tiempos, su historia fue más de luces que de sombras. Sin embargo, cuando cesaron las persecuciones y la Iglesia empezó a vivir tranquila y cómodamente, ya no tuvo mucha necesidad de confiar en Dios; se contagió de los valores del mundo y su historia se volvió más de sombras que de luces.
A pesar de todo, Dios nunca olvidó a su Iglesia; siempre, a lo largo de la historia, suscitó hombres y mujeres que rescataron el camino de Jesús. Ellos, con el testimonio de sus vidas, dieron ejemplo de cómo se vive cristianamente.
Mientras más nos alejemos de las riquezas, honores y poder (que representan los valores del mundo) y más abracemos el modo de proceder de Jesús (que encarna los valores del reino), más quedará en evidencia que su Iglesia es un camino seguro y directo para volver a él.”