Cuando la independencia del Perú era un hecho, un hombre confinado en el Real Felipe del Callao se resiste férreamente a la capitulación ante el ejército patriota; más aun, no vacila en pensar que la ayuda española vendría pronto de ultramar; tal era José Ramón Rodil. Su inquebrantable fidelidad a Fernando VII sobreviviría incluso a su regreso a la Península y a la defensa de los intereses del soberano en otros frentes. No obstante, en el ocaso de su existencia, las constantes desilusiones lo harían extrañar sus días en la América española. Exiliado en su mansión, Rodil confía a su mayordomo el recuerdo de su resistencia en la fortaleza chalaca.