Es muy probable que, en el Perú, la música sea uno de los elementos que mejor perfilan una identidad, una cultura sonora y la capacidad de asociar ciertos tonos con diversos aspectos de la existencia: de la alegría a la tragedia, de la fiesta a la melancolía, de la exaltación vital a la tristeza más profunda. Esto lo sabía muy bien José María Arguedas, conocedor, como pocos, del huayno, las danzas andinas y su instrumentación.
De los varios dichos y lugares comunes que existen para ponderar la diversidad cultural peruana, muy pocos toman en cuenta la música y, más propiamente, la llamada cumbia peruana, que en sí misma es un prisma de color y estilos que forman un amplio catálogo. Llamada, para bien o para mal, “chicha”, encierra mucho más que eso: es una suerte de ADN regional, en el que muchos canalizan su alegría o conducen sus nostalgias.
Dentro de ese amplio panorama, la cumbia amazónica representa un movimiento digno de estudio. Sus particularidades saltan a la vista y predomina allí el canto y la celebración de lo local, mientras otras vertientes, la andina, por ejemplo, retratan muchas veces la dura lucha del migrante en la hostilidad de las capitales costeñas. Comparten, sí, un discurso de la añoranza en diversos grados, que va del extrañamiento a la soledad, sentimientos que se expresan, paradójicamente, en un ritmo que empuja a la danza más que a la contemplación.
Moyobamba, 1963-
Escritor, poeta, periodista...