Hay ciudades que tienen por corazón una plaza central; y las hay cuyo corazón es, paradójicamente, su columna vertebral: una gran avenida. En la versión que de Lima tiene Miguel Rubio, este es el caso. No la Lima de hoy, por cierto, sino la de sus recuerdos. Recuerdos que los limeños de su generación (y de las anteriores) sin duda comparten.
La Arequipa es, en estos tiempos, una avenida fenicia, cuyo ruido y furia más bien nos incomodan. Pero la que Rubio rememora es un laberinto de ecos que resuenan gratamente, provocando en los lectores el anhelo de recuperarla y caminar por sus muchas cuadras como lo hizo él en su infancia, adolescencia y juventud.