Yo vivo en un planeta que se encuentra sumamente distante de aquel planeta en el que viven los que están leyendo esta secuencia finita y ordenada de palabras. A estos lectores les hago saber que, justamente, la dama que me acaba de entregar esta pluma y este papel para versar estas palabras es la madre de una hija que nació hace mil novecientos noventa y siete años; entre tanto, la madre antes mencionada, recién va a cumplir cuatro millones de años; en mi caso, la semana pasada, he cumplido veinte mil años. Como todos los que vivimos aquí, ella, su joven hija y yo somos amigos del tiempo, pues el tiempo pasa, pero en cada instante o siglo que se va, no se lleva nada nuestro, mucho menos nuestras vidas.