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ISBN 978-612-49007-0-9

Dremaría
volveré en abril


Autor:Arhuiri Quilla, Roddy, ok.
Editorial:Grupo Editorial Albea S.A.C.
Materia:Poesía peruana
Público objetivo:General
Publicado:2022-08-22
Número de edición:1
Número de páginas:82
Tamaño:14.8x20.7cm.
Precio:S/20
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

La poesía no siempre llega por donde sale el sol o por donde evaporan los números; la poesía no siempre empieza donde termina la primavera, donde se muere lentamente de amor, donde se come el lenguaje de la duda, donde se muerde una manzana, donde se compra un vino barato, donde se camina encima de crucigramas, donde se ama al minuto cincuenta y nueve o donde el número 0 se alegra al enterarse que es mayor que el -1. La poesía no siempre empieza donde alguien espera jugando con sus huesos a la muerte.
Aún permanezco de pie junto a la puerta de mi habitación. Tengo cien catacumbas en el nombre de mi madre y siempre hay saludos que van llegando por los orificios de la puerta; hay monedas para creer en el futuro arenal. La última palabra que sale de los basurales llega a los escombros del respiro de los pájaros, llega a la última gota de agua que moja el trigal y a la ceguera de la noche que ama el saludo incontestable.
Existen caminos que se esconden bajo mi piel inagotable como la mirada de un niño que se robó un pan. No dije cosas sobre el silencio que aqueja a las moscas, tampoco sobre las veces que dormí con el perro callejero que se comió mis intentos de vivir. Negué a los adioses que no encontraron cavidad entre los verbos, sustantivos, adjetivos, adverbios y demás categorías gramaticales. ¿Qué es lo que hay, dónde no hay nada? ¿Un plato de lentejas? ¿Un poco de sed y una tumba? ¿Una mezcla de saliva y miel? O un escondite para dejar de ser hombre.
Hay un espacio que queda en la huella de mis pasos unísonos. No volví a recalzar el mundo por razones humanitarias y la puerta que dibujamos ya no se abre a los veinticuatro números que se repiten como el decadente canto del gallo. Me voy acomodando a la sombra que mese en tus párpados, a la sombra antigua que me hostiga en todos lados, a la calle que se lava un domingo por la mañana y en febrero, a la palabra que aún muestra charcos de mi nombre efímero, a la voz que se arrima a la rima que nace en el mar nielado. a la lluvia que extraña caer para existir, a los sauces verdes que habitan al borde de la geometría azul, al amor de los nubarrones que pasa por tus manos.
La poesía como tal requiere del aire que se come las calles de esta ciudad y de la lentitud del tiempo que nace en el oeste. Por otro lado, no volveré a mencionar algunos nombres, algunas letras que nombraron a los números o alguna desobediencia de mi madre.
No aprendí a soñar en los meses que llevaban más de treinta y un días. Por ejemplo, la sombra de mi edad esté encriptado en la canción de las luciérnagas. No pude ver a la luz que se diluyó en la garganta, a la sonrisa horneada que causa hambre, a tu nombre que está privado de libertad por su desnudez, al acento de tus pasitos que pasaron por este balneario que se desenvuelve como las capas de una cebolla.
Vi enfriarse aquel café en su propio aroma, vi jugar a la poesía con su propia sombra debajo del dedo índice que apretaba el día siguiente. A la poesía le sobran apellidos, números, calles, fechas y voces que se cuelgan desde el dintel de la ventana. Dejé de hablar del río que paseaba por la poesía como un niño indefenso de su propio nombre, dejé de poner comas en las plegarias que se quedaron en mi cama la noche anterior que corté el siglo de mi apellido y dejé de hablar de la sed que llenan los vacíos de mar a mar.

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