El arte del cuento, su labor de filigrana, los detalles que han de signar las curvas reveladoras de la historia o el indicio de una visión global, iluminada por el frescor de las palabras, aparecen con destreza en este conjunto de acabados relatos. La marca del buen contador, aquel que se detiene solo en lo importante y deja de lado la hojarasca, está inmersa en cada uno de los cuentos, los mismos que abarcan distintos escenarios pero un solo ingenio narrativo. La selva y su encrespada, laberíntica naturaleza dan forma al personaje mítico y a la figura de la osadía, así como el alma en pena (y la falsedad de las apariencias) tiene su nicho en la plaza serrana. La frialdad femenina se cuela entre confiados malhechores, de igual modo que los puños sirven para forjarse una fama envalentonada. Detonación en las narices gubernamentales, anhelos ante una lámpara maravillosa, remembranzas de un heroísmo singular, remarcan también la variedad de ángulos que perfilan la excelente factura del presente volumen.