Cada vez es más difícil que las personas estén de acuerdo. En nuestras sociedades occidentales, consideramos con mayor frecuencia que podemos tener una posición válida y verdadera que se pue-
de sostener sin contrastarse con la perspectiva de los demás y resultar igualmente tolerable en la teoría y en la práctica. Esa falacia, que
bien podría entenderse como un falso irenismo que intenta evitar el
conflicto explícito y que convierte la comodidad en prioridad para la
conciencia, transforma la verdad sobre Dios, el mundo y la persona
humana en un asunto de opinión. Considerando la amplitud de la
historia de la filosofía y la complejidad de su argumentación, digamos que es aún más arduo poner de acuerdo a las personas que se
dedican a la argumentación filosófica. Especialmente porque, como
San Juan Pablo II señala en Fides et Ratio al respecto de la modernidad, «algunos filósofos, abandonando la búsqueda de la verdad por
sí misma, han adoptado como único objetivo el lograr la certeza subjetiva o la utilidad práctica.