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ISBN 978-612-49240-8-8

Un filosofar a la altura del hombre
un enfoque de Leopoldo Zea


Autor:Quispe Cutipa, Walter Arturo
Mendoza Ramirez, Arturo Jaime
Valera Dávila, Orison
Macedo Figueroa, Julio
Pérez Marín, Juan Luis
Soto Soto, Luis
Editorial:Mar Caribe de Josefrank Pernalete Lugo
Materia:Filosofía
Público objetivo:Profesional / académico
Publicado:2023-04-05
Número de edición:1
Tamaño:5Mb
Precio:S/50
Soporte:Digital
Formato:Pdf (.pdf)
Idioma:Español

Reseña

Leopoldo Zea Aguilar nació en la Ciudad de México el 30 de junio de 1912. Cursó sus estudios en las instituciones educativas de la capital del país, abarcado desde la escuela primaria hasta el doctorado. La educación familiar estuvo a cargo de su abuela Micaela Aguilar. Logró recibir su educación primaria gracias a una beca en el colegio de los hermanos La Salle.
En su adolescencia participó en la campaña presidencial de José Vasconcelos en 1929, colaborando con otros jóvenes visionarios que luego conoció y con los que interactuó, como el caso de Adolfo López Mateos. Trabajó desde temprana edad para cubrir los gastos del hogar; y en 1933 consiguió trabajo como mensajero de “Telégrafos Nacionales”, por lo que pudo matricularse en un bachillerato nocturno solo a partir de los 21 años y luego en la preparatoria nacional. Y es en 1936, cuando logró cambiar su horario laboral, que consigue ingresar a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en el turno matutino y en la Facultad de Filosofía y Letras en el turno vespertino.
Al lograr su grado en filosofía, se inscribió, primero en la maestría de filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y posteriormente en el doctorado de filosofía en la misma institución, entre los años 1942 y 1943. Fue becario durante cuatro años de El Colegio de México, y se dedicó a preparar sus tesis de maestría y de doctorado, ambas bajo la tutoría de José Gaos. Obteniendo 1943, con el trabajo “El positivismo en México”, el título de maestro en filosofía con la distinción Magna Cum Laude, y en 1944 logró el grado de doctor en filosofía con la tesis “Apogeo y decadencia del positivismo en México”, con la distinción Summa Cum Laude.
Leopoldo Zea trabaja como docente, investigador, difusor, funcionario e inspirador de empresas culturales. Su labor como docente, inicia en abril de 1942 cuando sustituye a Samuel Ramos en el curso de Introducción a la Filosofía de la Escuela Nacional Preparatoria; en los años 1943 y 1944 imparte cátedra de Ética en la Escuela Normal de Maestros; en 1944 dicta un curso de Introducción a la Filosofía en El Colegio de México; en 1947 funda el Seminario de Historia de las Ideas en América, que en el año 1966 lo transforma en Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) y un año después inspira la creación de la Licenciatura, la Maestría y el Doctorado en Estudios Latinoamericanos.
Su visión latinoamericanista consistía en crear planes únicos y sui generis en México y el resto de América Latina y el Caribe, como los casos de esa licenciatura y dichos posgrado con carácter interdisciplinarios. E impartía otros muchos cursos de filosofía y pensamiento latinoamericano en licenciatura a nivel posgrado y además participa en la promoción de estudios latinoamericanos en otros planes docentes e investigativos en México y en el extranjero.
Su labor en el ámbito de la investigación inicia en El Colegio de México, cuando se desempeña como investigador entre los años 1947-1953 manteniendo una línea de trabajo sobre la filosofía, el pensamiento y las ideas en América. Con el tiempo se establece en la UNAM donde es designado investigador de tiempo completo en el Centro de Estudio Filosóficos en 1954 hasta 1965, aunque lo interrumpe su cargo de investigador durante el período 1960-1965 por desempeñar una comisión en la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE).
Al regresar a la UNAM, pero ahora como docente de carrera en la Facultad de Filosofía y Letras en 1966, no obstante cumplir encomiendas directivas, continua desarrollando labores investigativas, que sirven para que en 1984 se le nombre Investigador Nivel III del Sistema Nacional de Investigadores y en 1994 se le distingue con la Cátedra Patrimonial de Excelencia Nivel 1 por el CONACYT.
En el campo de la administración académica y pública, logra ocupar diversas posiciones. Entre 1948 y 1953 se desempeña como Secretario de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. De 1959 a 1961 funge como Director del Instituto de Investigaciones Políticas, Económicas y Sociales del Partido Revolucionario Institucional; de 1960 a 1966 se desempeña en el cargo de Director General de Relaciones Culturales de la SRE con el carácter de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario.
Durante los años 1966-1970 se desempeña como director de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; entre los años de 1970 y 1972 colabora como Director General de Difusión Cultural de la UNAM durante el rectorado de Pablo González Casanova; en 1979 se le designa Coordinador Interino del Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos (CCYDEL), y se desempeña como su Director de 1982 a 1994. Entre 1994 y 2004 es el responsable del Programa Universitario de Estudios Latinoamericanos de la UNAM.
Como difusor de la cultural Leopoldo Zea es catalogado como continuador de la larga tradición de divulgadores del saber en México, juntamente con intelectuales de la talla de José Antonio Alzate y Ramírez en el siglo XVIII, Ignacio Manuel Altamirano en el siglo XIX y José Vasconcelos en la primera mitad del siglo XX, y acompaña a sus contemporáneos Fernando Benítez y Octavio Paz.
Sus acciones de promoción cultural las cultiva desde la UNAM, principalmente, con el propósito de despertar e incentivar el interés por el conocimiento de Latinoamérica, de tal forma modo que sus responsabilidades le permiten mostrar sus amplios esfuerzos en ese sentido. Desempeña las funciones siguientes:
• Preside el Comité de Historia de las Ideas en América de la Comisión Nacional de Historia, del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (1947);
• Es Vicepresidente de la Sociedad Iberoamericana de Filosofía (1960);
• Preside la Asociación Filosófica de México (1968, 1983-1985);
• Es Director Ejecutivo del Consejo Nacional de Difusión Cultural (1971);
• Preside la Segunda Conferencia Latinoamericana de Difusión Cultural y Extensión Universitaria (1972);
• Funda el Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos” de Caracas, Venezuela (1974);
• Coordina la Federación Internacional de Estudios sobre América Latina y del Caribe (FIEALC, 1978-2004);
• Coordina la Sociedad Latinoamericana sobre América Latina y el Caribe (SOLAR, 1978-2004);
• Preside la Sociedad Interamericana de Filosofía (1985).
En relación a sus actividades como promotor de eventos académicos, es relevante:
• participación en el II Congreso Interamericano de Filosofía (Nueva York, 1947);
• es organizador del III Congreso Interamericano de Filosofía en la ciudad de México (1950);
• integra el Comité Organizador del XIII Congreso Internacional de Filosofía en la ciudad de México (1963);
• participa en la organización del I Encuentro Siglo XX sobre la América Latina en Cuernavaca (1965);
• organiza el Coloquio sobre Filosofía e Independencia dentro del XXX Congreso Internacional de Ciencias Humanas en Asia y África del Norte, con patrocinio por la UNESCO en la ciudad de México (1976);
• Es inspirador y colaborador en la organización del I, II y III Simposios para la Coordinación y Difusión de los Estudios Latinoamericanos, respectivamente, en México (1978), Caracas (1980) y Río de Janeiro (1982);
• organiza el XI Congreso Interamericano de Filosofía, en Guadalajara (1985).
Funge como colaborador en los once Congresos de la FIEALC con sede en Brasil, Chile, España, Francia, Israel, Japón, Polonia, Rusia, Taiwán y Venezuela y de ocho Congresos de SOLAR realizados en Argentina, Brasil, Chile, México, Nicaragua y Trinidad y Tobago; así como de tres Congresos Internacionales de Filosofía y Cultura del Caribe en Colombia, México y Argentina.
Al referirnos a la conceptualización filosófica de Leopoldo Zea, se debe señalar que para él el ejercicio de la filosofía constituyó una actividad comprometida, por considerarla un saber útil, orientador y esclarecedor de la realidad que atiende los problemas existentes, puesto que ubica a la filosofía dentro de las propias circunstancias con el propósito de buscar soluciones convincentes. Establece una clara diferenciación entre la problemática que le es propia y el instrumental para operar: sobre el primer caso la filosofía la conceptualizó como una verdad histórica circunstancial, y al hacer referencia al segundo punto esbozó su concreción como expresión de la racionalidad.
Esta conceptualización le permite justificar el ejercicio de la filosofía a partir y desde el contexto latinoamericano como una manifestación auténtica, iluminadora y racionalizadora de la realidad de la región, contribuyendo a su universalización en tanto existiera la capacidad de ser comunicada por unos y comprendida por otros. Siendo un quehacer que desplegó como en forma de diálogo con las circunstancias; tratando de resolver los problemas que éstas plantean.
De esta manera la actividad filosófica de por Leopoldo Zea muestra las múltiples singularidades de todo quehacer filosófico, puesto que la entiende como un saber reflexivo y problematizador. Ese es el propósito que identifica a la filosofía al suscribir: “La historia de la filosofía... es... la historia de un aspecto de la cultura... que muestra la aventura del hombre en el permanente preguntar...”. Así ubica a la filosofía como una parte de la cultura, aunque con la función específica de catalizar las interrogantes e inquietudes más genuinas del hombre. Esta concepción problematizadora la complementa con la valoración de que la filosofía es también conocimiento que contribuye a la solución de distintas cuestiones intelectivas para beneficio de la humanidad.
Esta posición no desmerita en ningún caso el carácter universal que le reconoce a la práctica filosófica, en cambio le permite precisar que esa universalidad únicamente se proyecta desde la realidad concreta que la hace posible pues su función está en pensar el mundo y reflexionar sobre las creaciones e inquietudes humanas partiendo de la historia, el tiempo o la circunstancia de quien la hace o la vive. A partir de esta perspectiva, para Leopoldo Zea “... no hay una filosofía universal... sino filosofías concretas que se universalizan a medida que son comprendidas por otros y comprende a estos otros”.
Debido a que el meollo del quehacer filosófico lo constituye la búsqueda de la comprensión, Leopoldo Zea lleva su conceptualización más allá de su origen etimológico y de su función histórica, destacando tanto los ámbitos gnoseológicos como su vocación social. En consecuencia, la filosofía para Leopoldo Zea es reflexión disciplinada, es rigurosa, sobre cualquier manifestación de la realidad experimentada, emerge de circunstancias históricas específicas, por lo tanto, se encuentra comprometida con su tiempo. De aquí resulta su apreciación de que la filosofía es una actividad intelectual necesaria, debido a que es benéfica y útil al hombre, al tener como razón de su existencia la problematización de los asuntos más ingentes y brindar soluciones comprometidas con las exigencias de su tiempo y circunstancia.
De esta concepción de la filosofía como interpretación y comprensión de la realidad que experimenta el filósofo, se desprende la asunción de su práctica filosófica con profundo sentir latinoamericanista, motivo por el cual pueden identificarse los rasgos del quehacer filosófico desarrollado a lo largo de su vida y que sus estudiosos denominan como filosofía americana, filosofía latinoamericana, filosofía latinoamericanista, filosofía de la liberación latinoamericana, etc.
La forma original con la que sustentó la existencia de la filosofía en América Latina radica en fijar su presencia en el pasado, que no significa, excluir la experiencia de la filosofía occidental, todo lo contrario, es tomarla como referencia, al grado de considerar, como lo hace para la explicación de su historicidad general que: “La filosofía... está siempre presente en la Historia de la Cultura Americana”, confirmación donde se reconoce que la filosofía no ha estado excluida de nuestras sociedades, pues al serle connatural le ha fijado horizontes para su desenvolvimiento.
Para demostrar ese y otros propósitos cumplidos por la filosofía se distinguió como quien más para exhortar a conocer del pasado filosófico latinoamericano, su obra intelectual es prueba de ello. Sólo basta recordar la manera como traza su propia biografía para confirmarlo, al escribir que fue su primera “...preocupación por el ser humano y la cultura del mexicano y luego una historia de las ideas en Latinoamérica y la preocupación por la historia de su filosofía, a la que estaba condenado”, por la influencia directa de su apreciado maestro José Gaos.
Entonces, su filosofía tiene por distinción conocer el pasado para asimilarlo, posición que asume como referencia para que algunos estudiosos clasificaran su filosofía como historicista, que, si bien acoge algunas de esas tesis, no se agota en esa concepción, pues existe más rasgos que enriquecen su praxis filosófica.
La forma original con la que sustentó la existencia de la filosofía en América Latina radica en fijar su presencia en el pasado, que no significa, excluir la experiencia de la filosofía occidental, todo lo contrario, es tomarla como referencia, al grado de considerar, como lo hace para la explicación de su historicidad general que: “La filosofía... está siempre presente en la Historia de la Cultura Americana”, confirmación donde se reconoce que la filosofía no ha estado excluida de nuestras sociedades, pues al serle connatural le ha fijado horizontes para su desenvolvimiento.
Para demostrar ese y otros propósitos cumplidos por la filosofía se distinguió como quien más para exhortar a conocer del pasado filosófico latinoamericano, su obra intelectual es prueba de ello. Sólo basta recordar la manera como traza su propia biografía para confirmarlo, al escribir que fue su primera “...preocupación por el ser humano y la cultura del mexicano y luego una historia de las ideas en Latinoamérica y la preocupación por la historia de su filosofía, a la que estaba condenado”, por la influencia directa de su apreciado maestro José Gaos.
Entonces, su filosofía tiene por distinción conocer el pasado para asimilarlo, posición que asume como referencia para que algunos estudiosos clasificaran su filosofía como historicista, que, si bien acoge algunas de esas tesis, no se agota en esa concepción, pues existe más rasgos que enriquecen su praxis filosófica.
La obra maestra de Leopoldo Zea “Filosofar a la altura del hombre” contiene variados materiales escritos por él en distintas épocas y múltiples respuestas que sus ideas han originado en autores de muchos lugares, periodos y tendencias de pensamiento, presentadas de una forma original a través de un diálogo vivo, crítico y creador que sólo puede aflorar ante la presencia de un pensamiento auténtico e innovador.
No es simple casualidad que el subtítulo del libro -Discrepar para comprender-. Leopoldo Zea no duda en incluir dentro del volumen los criterios más divergentes con la línea de sus ideas, incluso algunos que, por la forma en que se presentan, rebasan ciertas normas éticas elementales de la confrontación intelectual. El libro comprende un amplio diapasón temporal -cerca de 45 años- de la obra de Zea, y permite apreciar el desarrollo consecuente de una misma línea de pensamiento que, aunque sufre las lógicas modificaciones que le imprimen los cambios de las circunstancias históricas (mucho más en un pensamiento que se autorreconoce dependiente de esas circunstancias), parece confirmarse y reforzarse con cada acontecimiento del transcurrir de la historia.
Una muestra elocuente de lo anterior es el artículo "Leopoldo Zea, ¿profeta irritante?", incluido en la obra. Las ideas discurren en este libro de la más variada forma. Además de los clásicos artículos y ensayos, se encontramos entrevistas, cartas abiertas, diálogos epistolares, ponencias, discursos, discusiones científicas, textos editoriales, prefacios y prólogos a libros, comentarios, etcétera, lo que hace mucho más amena la lectura y evita la frecuente monotonía en la que cae el lector cuando se enfrasca con un libro de filosofía de cerca de 400 páginas.
En los próximos capítulos de este libro, se presentará el carácter de la filosofía de Leopoldo Zea, tal como el mismo lo definió, un quehacer filosófico universal, que no confinado a determinaciones geográficas y temporales. Puesto que, la filosofía y pensamiento no se puede limitar o segmentar por países o continentes, los problemas y su solución son universales y deben considerarse en circunstancias amplias, como lo menciona el humanismo.

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