Las minificciones de Enrique de la Cruz se desplazan entre la ironía y el humor, lo inverosímil y la certeza, el sueño y la vigilia o la esperanza y la desazón. Son minicuentos donde se condensan la reflexión y la crítica como armas para deconstruir esta realidad hecha sobre la base de símbolos, estereotipos y prejuicios. Entonces, ante la vista del lector, se desmoronan tabúes, creencias, aprendizajes candorosos, sistemas sociales, políticos, religiosos y educativos.
En una lectura trascendente, las minificciones esconden la angustia humana por la fugacidad de la vida, la desesperanza por las ilusiones deshechas, la crisis existencial por las paradojas de vivir; pero hay también, en muchas de ellas, un sentimiento ferviente de reivindicación del ser humano y un avistamiento remoto de la posibilidad de una felicidad que se va esfumando cotidianamente, en cada acto, en cada palabra pronunciada o en cada vida convertida en sombra que se desplaza entre la pesadilla de vivir y la dicha de morir.