En Aroma de claveles, Vladimir Pizarro, aparentemente un escritor novel ―con solo una obra predecesora―, nos sorprende con un libro elaborado con destreza. Narra sus historias con una envidiable musicalidad, como si fuera arrojando, lentamente, los verbos y los llantos de su vida al viento. Raro hecho. Se hace difícil hallar, en estos períodos de degradación del arte y la creatividad, a un joven escritor con la maestría narrativa de Vladimir. Y es que él que no solo es un filigranista de la palabra, si no, también, un vanguardista que cierra sus relatos con finales siempre abiertos, buscando, qué duda cabe, dejar en el lector sinsabores en el alma.