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ISBN 978-612-4231-29-2

Los niños Nakaq y Jesús de Praga
estudios abtropológicos de la religiosidad Ayacuchana contemporánea


Autor:Conde Ventura, Deisy Yaqueline
Pariona Tenorio, Cledy Margot
Editorial:Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga
Materia:Sociología y antropología
Público objetivo:Profesional / académico
Publicado:2023-07-12
Número de edición:1
Número de páginas:192
Tamaño:17x21cm.
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

En el área del quechua ayacuchano, se reconoce ampliamente la diversidad del culto al Niño Jesús, que se debe principalmente a las diferencias en el tiempo, espacio, actores y adscripciones que los creyentes le otorgan. Es posible encontrar nacimientos y bajadas de reyes en distintos escenarios como casas, instituciones, pueblos o ciudades; las fechas en las que se celebran van desde antes del 25 de diciembre hasta después del 6 de enero, incluyendo el Año Nuevo.
En cambio, las festividades de los otros niños se realizan en lugares tanto urbanos como rurales y suelen ser protegidas por cofradías o hermandades. En Ayacucho, por ejemplo, se venera al Niño Nakaq en el templo El Arco; al Niño Jesús de Praga en el templo de San Francisco de Asís; al Warakaq Niño, en su representación como combatiente contra los realistas en la batalla de Ayacucho, en el templo de Quinua (Cavero, 2022), así como aquel que expulsa la hambruna, que se puede encontrar en la Catedral ayacuchana, en el templo El Arco, de Pampa San Agustín y en San Francisco de Paula (Labán, 2017); también se venera al Lucho o Luchito, apodo del Niño Dios que comparte su templo con sus abuelos Ana, Joaquín y su madre María, en el templo de Santa Ana. En la Catedral, encontramos al Niño Llorón, cuya historia se narra en las Tradiciones peruanas de R. Palma (1894); al Niño de la Espina, en el templo de La Merced, que tal vez sea una objetivación de la influencia cuzqueña; ya que se cuenta que, mientras acompañaba a su madre a recolectar leña, se le incrustó una espina en la planta del pie izquierdo. De manera similar, en el templo de Huahuapuquio, en Cangallo, se encuentra al Niño Terrible, quien, según la creencia popular, castiga a aquellos fieles que prometen algo y no cumplen.
En Huancavelica, el templo San Sebastián es la residencia del Niño Lachocc; quien, según la tradición, ayudó a las tropas peruanas a detener la invasión chilena; pero también está relacionado con el Niño Nativo y el manantial Lachocc. En el templo de Santo Domingo, se encuentran el Niño Perdido y sus hermanitos A mi corazón y Fajardito, aunque este último permanece casi todo el año en manos de los mayordomos y autores o encargados de los danzantes y su alimentación. Los tres hermanitos se juntan en la procesión. En el templo de Chaqllatakana, cerca de la mina colonial de mercurio en Santa Bárbara, habitan los niños Callaocarpino (Jesús) y Jacobo Illanes (morenito pastor esclavo de la época colonial). Por su parte, en el templo San Francisco, se encuentra el Niño Occe, cuya fiesta representa al auto sacramental sobre el relato de los Reyes Magos y la adoración al niño Dios. En el templo de Acoria, los niños Dulce, Poder y Nativo tienen su morada. El Niño Poder tiene en una mano un orbe de plata y simboliza su poder y majestad sobre el mundo.
He observado la adoración al Niño Jesús en Luricocha (1 de enero) con la danza de los negritos, acompañados por violín, bombo y tambor. Asimismo, he presenciado la adoración al Niño Perdido en Huancavelica (15 de enero), donde los negritos son acompañados por bandas de músicos y se presentan personajes como la «Marica» o «María Rosa», y el «Waqra Sinqa» o «Abrecampo»; quien, con su tronador, abre el paso de la negrería. También, he asistido a la adoración al Niño Occe en Huancavelica (4 de enero), con la tana-tana o danza de los pastores; donde los varones, patrones españoles son adultos, mientras que las mujeres son adolescentes que bailan acompañadas por una orquesta, y los que abren espacio para los danzantes son los kichkamachus, que representan a los mitayos o pongos de las haciendas. Finalmente, he presenciado la adoración al Niño Lachocc (25 de diciembre) con arpa y violín, con danzantes con sonajas y tijeras, tanto varones como mujeres, resguardados por los latamachus y uno de ellos hace de recitador de coplas que anuncia la presencia de la pandilla y cita algunos pasajes bíblicos.
En varios espacios, como el área del taki unquy, se celebra la festividad del Niño Jesús con los dansaq (danzantes de tijeras) el 25 de diciembre, el 1 de enero y el 6 de enero. Esta celebración tiene lugar en Apurímac septentrional, Ayacucho, Huancavelica y gran parte de Junín (Taipe, 1988). La característica distintiva es el atipanakuy o competencia en danzas y pruebas, donde se reconoce a la mejor pandilla. Además, los danzantes no pueden ingresar a la iglesia y adoptan nombres relacionados con lo demoniaco, como Qarqaria (Incestuoso), Satán, Supay Chaki (Pie del Diablo), Nina Mikuq (Devorador de fuego), Waqri (Rayo), Condenado, Runa mikuq (Comedor de gente), etc. En las danzas navideñas practicadas en los pueblos de Huanca Sancos y Huamanga, también se realiza el atipanakuy, donde los danzantes se acompañan de los wamangus y wiraqus, personajes que dan alegría al público (Huamanculí, 2019).
Cada niño tiene su propio mito de origen y características sagradas adscritas por los creyentes. Además, existen otros grupos de niños que son festejados en diferentes fechas como la Navidad, Año Nuevo y Reyes, como en los casos específicos del Niño Nakaq y el Niño Jesús de Praga, cuyos días centrales son el 3 de noviembre y el 26 de enero, respectivamente.
El libro Los niños Nakaq y Jesús de Praga. Estudio antropológico de la religiosidad ayacuchana contemporánea, escrito por Deisy Conde y Cledy Pariona, se centra específicamente en estos dos niños, que se encuentran en la ciudad de Ayacucho. Curiosamente, ambos templos que los albergan (el Arco y San Francisco de Asís) están conectados por la misma calle de norte a sur. Además, en el caso de Jesús de Praga, hay una réplica en el interior del mercado de abastos A. F. Vivanco, que es el objeto de estudio de la segunda autora.
La publicación de Deisy y Cledy es una contribución interesante al conocimiento de la religiosidad popular ayacuchana, un área que ha sido influenciada por la dominación colonial durante mucho tiempo y que ha cobrado vitalidad en estos tiempos de crisis sanitaria y política en el país. Ambas investigaciones tienen méritos propios, ya que fueron realizadas en plena pandemia, lo cual presentó dificultades que fueron superadas gracias a la persistencia y al contacto cercano con personas claves. En el primer caso, se entrevistó al sacerdote del templo el Arco y a las mayordomas vitalicias del Niño Nakaq; en el segundo, se interactuó con los dirigentes del mercado Vivanco y con algunas devotas.
Los contactos anteriores permitieron a las investigadoras efectuar entrevistas y observación participante, involucrándose en el proceso ritual, frecuentando el templo el Arco, la urna del mercado Vivanco y el templo Francisco de Asís. En varias ocasiones, me tocó acompañarlas durante los registros fotográficos de la construcción de los tronos, las misas, la víspera y las procesiones de la Virgen del Pilar y del Niño Nakaq.
La primera parte del libro está relacionada con el buen morir, mientras que la segunda parte se enfoca en el comercio en el mercado. A diferencia de los festejos al Niño Nakaq, que incluyen una gran fiesta con banda de músicos, fuegos artificiales y procesión, los festejos en honor a Jesús de Praga son más modestos. Sin embargo, debido a que tiene una capilla en medio del mercado de abastos, es honrado diariamente con velas, flores, limosnas y oraciones tanto por los comerciantes que buscan protección para sus negocios y bienestar personal, como por las personas que acuden al mercado por diversas compras.
En cambio, el templo del Arco no siempre está abierto; pero, cuando lo está, la gente ingresa, reza y deja ofrendas al Nakaq. En su urna, se observan muchos juguetes, golosinas, panecillos y frutas; también, cartas de los creyentes para el Niño, algunos en sobres y otros no. Cada cierto tiempo, estas cartas son quemadas por las mayordomas vitalicias, lo cual nos recuerda al estudio de E. Morote (1988) sobre las cartas a Dios. Por otra parte, durante una visita que realicé al santuario del Wamani Akuchimay en 2020, pude observar una gran cantidad de ofrendas similares a las anteriores; pero, con la adición de coca, cigarrillos, licores y refrescos diversos.
Las investigaciones sobre los niños dioses Nakaq y Jesús de Praga presentadas en este libro son un aporte interesante para aquellos interesados en conocer el pensamiento religioso ayacuchano caracterizado por una larga dominación colonial.
Deisy se propuso explicar las causas de la creencia numerosa en el Niño Nakaq entre los pobladores del barrio Maravillas, en Ayacucho; también, describir dichas creencias y la acción del niño Dios sobre los cercanos a morir; así como interpretar el simbolismo de la indumentaria y los objetos del interior de su urna en su investigación.
Para lograr lo anterior, además de abordar las categorías principales involucradas en la investigación, Deisy efectúa una etnografía del santuario del Arco y distingue al Nakaq del nakaq. Es decir, del niño Dios y del degollador, personaje fantástico identificado como el «saca grasa» que, en otros ámbitos, es llamado también pishtaq o muquq. Además, la misma antropóloga escribió un artículo sobre este mismo personaje (Conde, 2021), sumándose así a la producción del tema realizado por otros autores como E. Morote (1998), J. Ansión (1989), C. I. Degregori (1989), A. Vergara (2009), W. Kapsoli (2020) y otros.
Luego, se adentra en la figura del Niño Nakaq en el imaginario de los pobladores cercanos al santuario del Arco, y explica las razones detrás de la creencia en su capacidad para ayudar a los enfermos graves. Asimismo, analiza en profundidad los simbolismos presentes en la indumentaria y los objetos que se encuentran en el interior de la urna que guarda al niño Dios.
Los símbolos predominantes en la urna son la potencia, el puñal, la vara y el protector. La primera representa el poder sagrado del niño Dios, mientras que el puñal representa la defensa y se asocia con el nakaq (el degollador o saca grasa). La vara representa la autoridad y la andinización del Niño, y el negrito representa la protección, posiblemente recordando a algunos guardias republicanos de color que custodiaban el antiguo penal ayacuchano, que está al lado del templo el Arco. Además, en la urna, se pueden observar juguetes, golosinas y frutas para satisfacer las necesidades de cualquier niño. Lo onírico también juega un papel importante a través del cual el Niño comunica sus necesidades a los creyentes. Asimismo, la urna recibe las cartas de los devotos, mediante las cuales hacen sus pedidos al Dios Infante.
La etnografía realizada es rica en información; ya que no solo describe las creencias y mitos de origen relacionados con el Niño Nakaq, sino que también explora su relación con los agonizantes y su andinización. Es interesante destacar que la Virgen se comunica en quechua y que se utilizan diferentes términos para referirse al Nakaq, todos con un sentido relacionado con el degollador. Además, se menciona que el Niño Perdido tiene dos hermanitos, el Nakaq, siendo el mayor, y Jesús Chapetoncito, el menor y que, junto con la Virgen del Pilar, tienen su aposento en el Arco.
La etnografía de Deisy revela que el Nakaq no solo está asociado a la buena muerte, sino también a la salud de los creyentes, incluyendo a los pacientes oncológicos, y actúa como un médico. Además, se encarga de proteger el trabajo de los creyentes y evitar los fracasos, proporciona alivio, tranquilidad y paz, previene la maldad y la envidia, favorece la fertilidad de parejas que no pueden concebir, disipa los miedos, alivia la sensación de soledad, y brinda seguridad y aliento.
Sin embargo, aunque hay diversas creencias asociadas al Nakaq, predominan aquellas que lo relacionan con la muerte buena, el bien morir o la muerte en paz de aquellos llamados por Dios; en contraposición a la mala muerte de aquellos que abandonan este mundo en desgracia (accidentes, asesinatos o suicidios) sin haber sido llamados por el Creador. Los testimonios recopilados narran cómo el Niño Dios ayuda a los ancianos a morir y a poner fin al sufrimiento de los pacientes desahuciados.
Los informantes coinciden en que, cuando tienen un enfermo terminal que está padeciendo con una agonía prolongada, sus parientes se entregan con devoción y fe al Niño para que este disponga del paciente, y sucede que este se muere o se sana. En cambio, cuando los cuidadores del paciente ya están aburridos de atenderlo y piden que el Nakaq se lo lleve, la agonía se prolonga. Por consiguiente, todos coinciden en que el Niño está asociado con el buen morir y no con la mala muerte.
Por otro lado, Cledy se propuso explicar las relaciones del culto al Niño Jesús de Praga con el comercio, la cohesión y diferencia social, y la salud de los creyentes en el mercado A. F. Vivanco de Ayacucho.
Para lograr lo anterior, Cledy realizó una etnografía del mercado estudiado, describiendo su distribución y complejidad, su devenir histórico y su funcionamiento durante el contexto del COVID-19. Luego, hizo una historia de vida de este niño Dios y abordó los sentidos contemporáneos de Jesús de Praga asociados con la actividad comercial, la unión, las tensiones y el bienestar integral de los devotos. También, trató las categorías involucradas en la investigación.
El estudio es interesante, ya que pone de manifiesto que la actividad comercial no se reduce a un acto mecánico de compra y venta. Más bien, se trata de un hecho social total que involucra muchos aspectos culturales, como creencias y ritos de orden religioso y mágico, así como relaciones sociales que generan diversas formas de solidaridad; al mismo tiempo, crean tensiones y diferencias en la convivencia.
Este mercado de abastos puede ser equiparable a la plaza de mercado estudiada por Martín-Barbero (1981). En ambos lugares, encontramos vendedores independientes y entornos abarrotados con negocios informales. Hay muchedumbres, ruidos y saturación de tráfico. En estos lugares, se grita y se ofrece, y los espacios son flexibles o transgredidos permanentemente. Los productos se amontonan desnudos, sin empaques, a la vista y mano del comprador. El espacio sonoro es un cúmulo de ruido de música, radio, megáfonos, etc. El puesto es un lugar de vida y de trabajo, donde se come, se reza, se ama y se odia. Además, es un lugar decorado al gusto y donde se hacen rituales. Las relaciones son personalizadas y se llevan a cabo cara a cara. Todo esto está ausente en un supermercado.
Un recorrido por la ciudad de Ayacucho, visitando algunos espacios acondicionados para el comercio con puestos independientes, permite observar que todos tienen una imagen protectora homóloga al Niño Jesús de Praga, tal como se describe en la etnografía realizada por Cledy Pariona del mercado estudiado. En esta investigación, se muestran los rezos y rituales que se realizan para bendecir al comercio, cuidar la armonía entre vecinos, proteger de robos, atraer clientes y alejar los malos espíritus y las malas voluntades. Además, se señala que aquellos que no cumplen sus promesas son castigados por el Niño; mientras que quienes sí cumplen reciben su ayuda para el negocio y gozan de paz, salud y armonía en la familia.
Además, el Niño no solo constituye un símbolo cohesionador entre los negociantes de este espacio, como se evidencia en la fiesta y el aniversario del mercado, sino también actúa sobre la salud de los devotos. En algunos casos, ayuda con diferentes operaciones y protege a los enfermos. Sin embargo, junto con la cohesión, también existen las tensiones, diferencias y rivalidades causadas por los celos, envidia, chismes y competencias. Del mismo modo, este Niño tiene un componente negativo, ya que impone castigos sobre aquellos que se burlan de él o no cumplen sus promesas. De esta manera, se explican los accidentes, atropellos y enfermedades.
Concluimos este prólogo invitando a los profesionales de las ciencias sociales y, en particular, a los antropólogos a leer este trabajo de Deisy y Cledy, cuya etnografía aboga por la calidad de la investigación realizada.

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