La ciudad había cambiado mucho desde que Albertino visitó Cusco por primera vez; había carteles en inglés y gente que hablaban en distintos idiomas. Pero, con todas esas transformaciones, aún estaban intactos todos los monumentos que lo impresionaban desde la última vez. El Cusco sagrado, el corazón de la cultura andina, pese a los años transcurridos, permanecía invencible.