Timoty es hijo único de una familia itinerante, de un padre laborioso al que suelen cambiar de trabajo cada cierto tiempo (y, por lo tanto, del lugar donde residen), y que ha vivido a lo largo de sus cortos años en varias casas pero en ningún hogar. Sin raíces profundas ni amistades duraderas, el niño siente que no pertenece a ningún sitio, que sus continuas mudanzas lo vuelven un ser huidizo, siempre con el equipaje a la mano, hasta que un universo de ensueño, dentro de un pasaje secreto al interior de una de sus últimas viviendas, le revela su pertenencia, o su recurso de escape, al calor de un determinado lugar. La compañía de una niña del colegio lo ayuda a internarse en aquel mundo, donde su mascota se vuelve parlante y los seres que lo habitan provienen de épocas inmemoriales, bajo un paisaje silvestre que dista mucho de su residencia de cemento. Y es allí, dentro de aquel ámbito quimérico, que nuestro personaje, valiéndose de un artilugio mágico, habrá de descubrir un nuevo modo de vivir.