Desde tiempos inmemoriales, a la poesía se le atribuyó poderes tan sustanciales que se convirtió en una pieza clave para el desarrollo de la humanidad. Ser poeta, en todas las culturas, era sinónimo de razonamiento filosófico, de lucidez y hasta de revelación profética. Ninguna comunidad, desde la más expansiva hasta la más humilde, podía prescindir de la poesía y, por ende, de sus poetas porque era como poseer un cuerpo, pero sin alma, o un pueblo sin memoria. Fue como las epifanías o revelaciones se erigieron como mágicos enunciados de la vida.
Ana Luna comprendió este atrapa-sueños que es la poesía y la cultivó tempranamente desde la edad de los 12 años. Ya madura, y con dos libros en su haber, hoy nos entrega sus revelaciones más íntimas en versos que alimentan su anhelo de diluirse en toda la creación. Ana confiesa: “Soy amante de la belleza, la cual descubro y redescubro en la niñez, en la música, la naturaleza, en la luna y las estrellas, en los ríos y los mares, en lo simple, sencillo y cotidiano. Plasmo en la poesía, los destellos y las epifanías que encuentro a mi paso”.
Al alba, epifanías es, como lo fue en los albores de la humanidad, una delicada obra para el corazón humano.