ISBN 978-612-49519-1-6

Reseña

La vida nuestra es eterna y se mide en valores positivos. Y solo tiene un inicio. Venimos miles de veces, en busca de perfeccionamiento, perfeccionamiento cifrado en la construcción de nuestro cielo aquí en la Tierra. Nadie ha ido al cielo y tampoco lo ha hecho Jesús. El primero de la especie humana y el único en resucitar fue Jesús. Al recibir todos los poderes plenos se convierte en Cristo y aunado a su santidad —igualmente plena—, pasa a ser nuestro Dios. Y, a su vez, es el pilar central de su Iglesia, que lo conformamos todos.
El diablo no existe. Para creer realmente en Dios, tenemos que desaparecer de nuestra mente y como discurso persuasivo al diablo. El par opuesto a Dios es el hombre, no el diablo. Si queremos conocer al hombre, en su justo nivel de perfección o bondad, hay que ponerlo frente a Dios. Igual, si queremos ubicar en un determinado momento, el nivel de maldad que llevamos en el cuerpo, la única manera es ubicarnos frente a Dios.
El hombre de por sí, queda definido en sus acciones (cargadas de valores positivos y negativos). Por esta razón, se dice: “Que por siempre seremos pecadores”. La liberación total del mal, solamente lo lograremos cuando veamos la cara de Jesús, en identidad de vida divina plena; es decir, el último día, liberados de todo valor negativo. Mientras tanto, nada será perfecto, todo es relativo.
La vida, la libertad y la motivación. Las dos primeras —la vida y la libertad—, son conceptos perfectos. Tendremos vida y libertad plenas cuando nos liberemos del mal; igual, recién entenderemos el concepto pleno de lo que es bondad, cuando no sea necesario compararlo con ningún concepto opuesto —tal como sucede hoy—. Respecto de la motivación, desde el vientre materno y sobre todo en la etapa escolar; en realidad, en todo momento, el niño debe vivir motivado, de modo que, libremente, sepa escoger lo que más le conviene, evitando vivir preso de la manipulación comercial del mundo, los vicios y de las taras que arrastramos los padres.