Lejos del mero realismo urbano —tan propio de nuestra tradición narrativa—, la mayoría de relatos de Flores nocturnas se mueven por los laberintos del sueño, el absurdo y la pesadilla kafkiana y orsonwelliana: una pareja que no puede salir de casa por temor a un animal fugado y probablemente inexistente, un jardinero que cultiva flores a las dos de la mañana, un oficinista aficionado al box y dedicado a copiar documentos burocráticos que jamás entiende, un ex yugoslavo cuyos recuerdos son más nítidos que el país inverosímil de donde procede.
Mención aparte merece el último relato, “Los días, el pozo”, el más largo y, sin duda, el más realista del libro: un duro ajuste de cuentas contra la depresión, ese mal muchas veces incomprendido y que se convierte en el gran protagonista del cuento, en tanto símbolo de la inestabilidad social e individual.
Con personajes nada convencionales, Miguel Bances nos propone un valiente testimonio literario que es, en el fondo, la visión de un mundo ambiguo, sin direcciones únicas ni sentidos claros para nadie.
SELENCO VEGA