El sinlugar, es un espacio-tiempo, sin espacio ni tiempo. Un espacio singular.
Donde reina la libertad. ¡Pero cuidado! Es libre esa libertad. Y cuando la libertad es libre, nada lo será.
Se puede ir donde lo desees, donde tus sueños lo pidan. Pero para regresar hay que atravesar ese sinlugar, y eso no es tan fácil.
Se requiere de algo indispensable: la concentración.
Hay que poder controlar los sueños, los pensamientos, los sinrazones.
Y hay que ser juez y enjuiciado. Hay que ser lo suficientemente maduro para emprender el juego.
Cada vez que te duermas, estará tu sueño enviándote a otro tugurio. A otro espacio-tiempo atemporal, sin tregua ni pausa.
Cada vez que despiertes, lo harás en un sueño. Un sueño de sinrealidad.
De preguntas infinitas, de catástrofes de respuestas.
En un mundo circense, en el que te integrarás y te desintegrarás.
Lo llano ya no lo será, y lo opuesto será la pregunta, la sinrespuesta.
Y allí todos confluimos como si fuéramos ríos encaminados, encolumnados, en un viaje permanente hacia el centro de la tierra. O al infinito celeste del cielo.
Tal vez lo sepas. Tal vez tu sinrespuesta te ronde. Pero serán tus sentimientos los que te permitan ver la salida. O tal vez será tu sinsalida lo que bloquee tu interior oscuro.
En penumbras. Tendrás que preguntarte, hallar las respuestas. Intentar los caminos.
No hay libro que te ayude. No hay sueño que te lleve a la salida sin recorrer tu aprendizaje antes.
Es un sinlugar para aprender. Para enseñar. Al igual que a la vida uno viene, uno sube las escaleras del sindestino, camina los desiertos de las sinrespuestas y se empapa de los sinmalestares propios y ajenos.
Aquí y ahora. Ahí y antes. Todas las agujas de los relojes giran en sentidos opuestos.
En sinsentidos.