El tema del libro gira en torno a la alegría, como un estado de ánimo propio de la naturaleza humana. Es fácil imaginar la alegría, pero cuesta trabajo adquirirla y es difícil conservarla. La verdadera alegría no viene de fuera, sino que nace y crece dentro, en el interior de cada uno, como lo enseña Jesús, y el dicho popular explica: «La alegría en el alma sana se cría».
Pero hay una falsa visión respecto de la alegría, cargada de amargura y pesimismo. La de aquellos hombres que entienden que la alegría es inalcanzable, y han aceptado con resignación una desatinada distribución de los dones de la vida. Al parecer, a unos les tocó en suerte el ser dichosos; a otros, en cambio, la vida les regaló una pesada cadena: pobreza, dolor, soledad, fracasos...
Como la noche y el día, dos posiciones opuestas dividen al mundo: la de los optimistas y alegres, y la de los que creen haber caído del lado de las tinieblas y la tristeza, y siguen llevando las caras largas, encorvados bajo un peso que consideran fatal e inevitable, mirando envidiosos o nostálgicos a esas otras almas que pasan por la vida sonrientes y resplandecientes de brillo. Los ven como a los felices invitados a la mesa del mundo, donde todos los placeres se les ofrecen. Y ellos, como niños hambrientos y tristes, pegan sus ojos contra los grandes ventanales, mientras calan por su alma el frío destemplado de la nieve y el granizo de la tristeza interior.
La alegría... viene a ser considerada como una flor rara. Algunos tuvieron la suerte de encontrarla ya a su alcance, en floreros dorados, apenas nacieron. Pero la alegría no es eso.
De todos los niveles sociales han salido corazones felices y corazones amargados. Entonces, volvemos a la idea fundamental: la alegría o la tristeza se elaboran en nuestro propio santuario interior.