Los yachaq son los abuelos, maestros con conocimientos adquiridos por la vivencia en la comunidad y la transferencia oral que se da intergeneracionalmente entre abuelos, abuelas, padres, madres, comuneros, compañeros y parientes cercanos. Este libro es el producto colectivo de quienes, con una voluntad infinita, compartieron conmigo la memoria oral andina, la que se pierde a causa de la avasalladora invasión de mensajes ajenos a nuestra realidad.
Por años, durante las noches y madrugadas, conviví con los yachaq de San Francisco de Pujas, compartimos alegrías, tristezas, pintorescos chistes y, también, duras vivencias en la época de violencia política. Cambié la mirada triste y compasiva del indígena por la admiración a los abuelos y abuelas, porque sus conocimientos transmiten esperanza a los hermanitos menores. Mientras la sociedad está saturada de información, la memoria oral está en peligro de extinción. La sabiduría de nuestros yachaq puede revitalizar nuestra existencia, guiar nuestro crecimiento y acompañar la crianza mutua de la persona, la comunidad y la naturaleza.
En la comunidad, el diálogo y comunicación fluyen acompañados de suculentos desayunos como el runtu yanuy (huevo sancochado), papa yanuy (papa sancochada), los ricos chupis (almuerzos de sopa de trigo, maíz) o el trigo picante; preparados y condimentados con las primeras verduras que la chacra produce con el inicio de las lluvias de octubre. Acompañado de mis queridos amigos Nicolás Vargas y su esposa mama Anastasia, Ladislao Soto, Marcelino León, Aniceto Zea, mama Aurelia Quispe, mama Irene y su esposo tayta Santos, Víctor Soto y muchos otros, con quienes compartimos permanente diálogo, durante días y noches, de amistad fraterna: de padre a hijo, de abuelo a nieto, de hermano a hermano. Les agradezco.
Con ellos fortalecí el amor a nuestra cultura local, aprendí a valorar y querer a la madre naturaleza. Compartimos noches chakchando la kuka sagrada (coca), pitando (fumando) el cigarro y bebiendo el cañazo (aguardiente). Animados por el licor, surgieron algunos relatos que los yachaq aprendieron de sus padres y abuelos. Alguna que otra ocasión, me atreví a tomar un poco más del licor para envalentonarme y retornar a mi cuarto, temblando de miedo con los relatos sobre almas, qarqachas y brujas. Los relatos siempre provocan reflexiones nocturnas.