Las historias que aparecen en No todo se queda en la cancha, de Ricardo Vera y César Clavijo, tienen los rasgos de ese fútbol peruano que queremos tanto: aun cuando pasan los años, no envejecen. Algunos son directos, como una patada furiosa de Paolo Guerrero; otros mezclan diálogos, escenarios, personajes, es decir, arquitectura, como una pared del Nene Cubillas y el Cholo Sotil; y los otros, quizá los que más me movilizan, son aquellos que cruzan ciudades donde me parece haber estado, aviones donde sospecho haber subido y circunstancias que creo haber vivido. De eso se trata la ficción cuando seduce: se lee tan real que uno va corriendo al álbum de fotos en Google para recordar la fecha exacta del gol y si, efectivamente, allí estuvo, allí celebró, allí fue inmensamente feliz.