Con un lenguaje que se nutre sabiamente de lo coloquial, los poemas de Rafael Robles Olivos se sitúan en un raro equilibrio entre lo elegíaco y lo ameno. Su escritura, de dimensiones y texturas múltiples, constituye una reflexión sobre el lento aprendizaje de la vida, el amor y la pérdida, y, especialmente, sobre el paso del tiempo en un mundo donde las cosas siguen el curso natural de la extinción y el cambio: «aquellos buses / han sido reemplazados // como tú y yo / sentados en la banca del parque // como todo lo demás». Sus poemas parten de lo cotidiano con el objetivo de indagar en la manera en que el tiempo nos conforma. En sus mejores momentos, dejan entrever que la vida es pura transformación, que supone un ejercicio doloroso que debemos aceptar con humildad, que, finalmente, madurar implica una pedagogía del desprendimiento y la superación de nosotros mismos, y que, ante la pérdida, a veces, solo queda la vana persistencia de ser: «La piscina se convertirá en infinito y yo seguiré nadando. Hacia ti, no lo sé. Hacia la muerte, no lo sé. Pero seguiré nadando».