Esta es una bella, pero además nutrida, historia donde Isaías y Manuel Rodríguez, los arrieros del sur, viven infinidad de situaciones a partir de 1867. Por entonces el salitre de Atacama, lugar por donde pululan ellos, no era conocido en el ámbito nacional y el salitre no era llamado todavía “oro blanco”. Estas novedades mineras transformarán la vida de Tarapacá, adonde empezaron a llegar peruanos, chilenos, bolivianos, argentinos, europeos de toda estirpe, y complicará la vida hasta entonces sosegada de Manuel.
Es, además, una historia de desarraigo (los tarapaqueños entonces estaban más relacionados con los bolivianos de Potosí y Oruro) y conocer a la Arica de entonces al lado de Manuel, de apenas once años, es una de las delicias evocativas de la novela. Sin embargo, uno de los personajes sustanciales de este libro, a no dudarlo, es Justino Sebia, don Jucho, un hombre entendido en varios temas, que conduce la historia por un camino soberbiamente interesante.
Por medio del protagonista conocemos hechos inusitados de la historia: el mes de viaje de los comerciantes, la forma de convivencia bajo la intemperie, el ritual de las comidas. Al margen de la hermosa trama –llena de tradiciones, de elementos históricos nunca antes tocados por la literatura peruana, de situaciones diversas acaecidas en el sur del país, donde muy pronto se cernirá una guerra– esta novela escrita por Miguel Rodríguez Sosa también hace prevalecer un aliento de interés acerca de los acontecimientos del siglo XIX. Pero todo cambiará, definitivamente, cuando se acerquen los rumores opresivos de la guerra entre países hermanos, conferida secretamente por Inglaterra.
Arequipa, 1952-