La cultura filosófica latinoamericana se estructura como un encuentro con el significante que busca y orienta su liberación desde la común convivencia y solidaridad de los pueblos. El logos, que revela y desarrolla el sentido ontológico de su práctica, no puede desligarse de los espacios culturales, biográficos de intersubjetividad, social, política, estética, ética, económica de representación, donde el sujeto es siempre primordial ser autónomo. La subjetividad en relación con el otro se manifiesta en el ser que se abre y se despliega la diferencia. En América Latina, el logos filosófico no se resuelve en la unidad sin pluralismo, porque Descartes se reduce a la lógica de la mente-racionalidad, tampoco aspira a una síntesis absoluta de la realidad, que elimine la dialéctica entre el todo y las partes.
Se trata de la restauración filosófica de los signos, a partir de la existencia no antropocéntrica de las personas que, mirando los rasgos culturales de su pueblo y sociedad, se acercan a una sociedad de conciencia crítica, que deconstruye los signos a través de su contexto material. El significado de la palabra, el significado de la experiencia la singularidad de cada modo de existencia individual o sociocultural no puede neutralizarse reduciendo los logos a entidades universales sin designación específica. En otras palabras, a través de la práctica intersubjetiva, los mundos de vida que se abren entre sí dan sentido efectivo a la existencia ya nuestra comprensión comunicativa del uso de la palabra y, sobre todo, a nuestra comprensión de su historia cultural pluralismo con la alteridad dirige la conciencia sensible del sujeto a la percepción de la realidad, que es incompleta en su origen ontológico y antropológico. Por tanto, para actuar y pensar a partir de las palabras, que son símbolos representaciones de la situación de vida del sujeto, se debe ser consciente del poder de la identidad lingüística capaz de producir sus cualidades filosóficas.
Interesa resaltar el hecho de que en América Latina se dispone de otras semánticas y prácticas de significado ontológicas que subvierten cualquier orden dominante de racionalidad para desafiar y afirmar propiedades filosóficas hegemónicas. La diferencia que emerge y es abordada por nuestra característica filosófica insiste en restituir la historia y existencia del sujeto a la libertad de pensamiento y comunicación sin confundir ni alienar relación alguna con el otro. La “firma” de América Latina es una práctica permanente de emancipación capaz de generar alternativas representando sus culturas y legitimándolas a través de discursos contrahegemónicos. La necesidad urgente de liberar las señales de la hegemonía monocultural llama la atención sobre las interacciones interculturales. Para criticar el poder del discurso cultural colonial, la expresión y difusión de este poder del discurso significa la objetivación de la existencia cultural de otras personas. La práctica de la emancipación de la palabra es posible y factible sólo como proyecto filosófico latinoamericano sobre el segundo concepto de palabra. Este logo reivindica el discurso del otro, a partir del discurso de que un colectivo cultural debe hablar desde su diversidad cultural y formar parte de un mundo más complementario e interactivo.
Este signo ha sido cambiado en diferentes culturas por sujetos históricos de culturas subordinadas o dominantes. Para participar efectivamente en prácticas comunicativas en las que el logos se proyecta y cristaliza en múltiples sentidos de la palabra, y en las que se reconoce a cada sujeto hablante un derecho originario a su culto, necesitamos comunicarnos con los demás, la elaboración de enunciados va acompañada de la existencia de una ley de comunicación que significa y contiene los enunciados de otros. Este tipo de encuentro a través del diálogo intercultural crea las condiciones y la base para una vida libre en relación con el otro, necesaria para respetar a los demás en su contexto cultural, sin la fuerza o coerción del lenguaje.
Adaptada a sus necesidades de gestión, nuestra comprensión de la diferencia intercultural, que nos empodera, proviene de encontrar y reunirnos con el otro despolitizado como lo hizo con el discurso crudo de sus discursos. Experimentar un diálogo con los demás a través de la comunicación, un diálogo que, en su libertad de acción, permita la creación de mundos diversos o alternativos, reales y utópicos, motivando una necesidad real y genuina de compartirlos. Es en este espacio intersubjetivo de alienación que el diálogo intercultural adquiere su polisemia, significado de múltiples contextos y crea prácticas liberadoras, que permiten reconstruir un espacio existencial de libertad compartida del otro. Protegió los rasgos filosóficos de América Latina de la imposición de la racionalidad monocultural, como lo sigue haciendo la modernidad en su afán globalizador, del apuntar a una cultura en beneficio o detrimento de otra cultura.
La inherente e inmutable igualdad ontológica del ser humano, afirmada en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, cuyo significado histórico-filosófico se reafirma en sucesivas Declaraciones Universales que sienta las bases de la modernidad, principios de la educación del pensamiento, derechos humanos; en segundo lugar, el desarrollo sociocultural como factor principal del desarrollo de la civilización social en las sociedades humanas; en tercer lugar, el papel del conocimiento formal (ciencia, disciplina y tecnología) como papel privilegiado, exclusivo, legítimo y decisivo de agente de reforma moral de los individuos y de la sociedad, al mismo tiempo que es también el más importante promotor del cambio social, en cuarto lugar, la institucionalización de ciertas formas sociales. Además del propósito sociohistórico del pensamiento ilustrado enciclopédico, el hecho es que los grupos político-económicos dominantes y los agentes antisistémicos en la realidad de los sistemas educativos modernos han utilizado estos mismos principios de manera lateral y ascendente. Oponerse a las prácticas sociopedagógicas que justifican, legitiman y promueven la homogeneización cuyo objetivo principal es la disciplina social.
Según las reflexiones de Jean-Paul Sartre de 2008, el objetivo de la educación moderna es esencialmente "crear una nueva especie: el asiático helenizado, el latinoamericano helenizado y el aborigen occidental". La lengua originaria es una simple herramienta táctica para hacer más eficiente el proceso, y la propia educación indígena en América Latina está históricamente determinada por su función social y civilizadora. Llame a estas prácticas educativas "colonización ideológica" o, si lo prefiere, difusión cultural.
Hoy, el instrumento más efectivo de institucionalización es la educación moderna. Cuando se construye formalmente a través de la ciencia, la disciplina y la tecnología, la práctica técnica es el medio más eficaz de globalización y dominio cultural occidental. Desde aproximadamente el siglo XVI hasta la actualidad, se utilizó un sistema de transmisión cultural y disciplina social para promover, consolidar y reproducir el dominio de esta sociedad humana global. Según Guillermo Bonfil Batalla (1991), cuando se aliena la capacidad de tomar decisiones sobre valores, tradiciones y formas culturales de pensar, se produce la difusión institucional de sistemas sociopolíticos de dominio sobre la sociedad y las personas. El sistema funciona mediante el control del significado y la importancia de las construcciones de identidad, es decir, el control cultural. La educación moderna cumple directamente la función regeneradora del sistema gobernante de la civilización social; Como se muestra, la política educativa, la actividad pedagógica y la acreditación institucional imponen un paradigma y modelo ontológico de significación sociocultural, que se presenta como la única forma históricamente posible aceptada de ser y devenir.