El concepto de ciencia, en un sentido unitario, podría definirse como conocimiento, si apelamos a la fuente griega que lo sostiene. La episteme o ciencia se diferencia de la opinión o doxa, partiendo de la concepción disímil entre la razón y la percepción, tal y como la entendió Platón a partir del mito de la caverna y el símil de la línea:
“Piensa, entonces, como decíamos, cuáles son los dos que reinan: uno, el del género y ámbito inteligibles; otro, el del visible […].
[…] Toma ahora una línea dividida en dos partes desiguales; divide nuevamente cada sección según la misma proporción, la del género de lo que se ve y otra la del que se intelige, y tendrás distinta oscuridad y claridad relativas; así, tenemos primeramente, en el género de lo que se ve, una sección de imágenes. Llamo ‘imágenes’ en primer lugar a las sombras, luego a los reflejos en el agua y en todas las cosas que, por su constitución, son densas, lisas y brillantes, y a todo lo de esa índole.
[…] Pon ahora la otra sección de la que ésta ofrece imágenes, a lo que corresponden a los animales que viven en nuestro derredor, así como todo lo que crece, y también el género íntegro de cosas fabricadas para el hombre.
[…] ¿Estás dispuesto a declarar que la línea ha quedado dividida, en cuanto a su verdad y no verdad, de modo tal que lo opinable es a lo cognoscible como la copia es a aquello de lo que es copiado?
[…] Ahora examina si no hay que dividir también la sección de lo inteligible.
[…] Por un lado, en la primera parte de ella el alma, sirviéndose de las cosas antes imitadas como si fueran imágenes, se ve forzada a indagar a partir de supuestos, marchando no hasta un principio sino hacia una conclusión. Por otro lado, en la segunda parte, avanza hasta un principio no supuesto, partiendo de un supuesto y sin recurrir a imágenes –a diferencia del otro caso–, efectuando el camino con Ideas mismas y por medio de Ideas.
[…] Creo que sabes que los que se ocupan de geometría y de cálculo suponen lo impar y lo par, las figuras y tres clases de ángulos y cosas afines, según lo que investigan en cada caso. Como si las conocieran, las adoptan como supuestos, y de ahí en adelante no estiman que deban dar cuenta de ellas, ni a sí mismos ni a otros, como si fueran evidentes a cualquiera; antes bien, partiendo de ellas atraviesan el resto de modo consecuente, para concluir en aquello que proponían al examen.
[…] Sabes, por consiguiente, que se sirven de figuras visibles y hacen discursos acerca de ellas, aunque no pensando en éstas sino en aquellas cosas a las cuales éstas se parecen, discurriendo en vista al Cuadrado en sí y a la Diagonal en sí, y no en vista de la que dibujan, y así con lo demás” (Platón, 1988, pp. 334-336).
El mundo sensible es de la opinión o doxa, subdividiéndose en la esfera de las imágenes o eikasia y en la esfera de las cosas o pistis. La opinión o doxa, en tanto imagen o cosa material, físico-química, son sombras del mundo de las ideas, que por tanto, las cosas son imágenes de las ideas, y las imágenes de las cosas son las imágenes de las imágenes de las ideas: se obedece a un doble grado de irrealidad, de no-ser. El mundo inteligible es de la ciencia o episteme, subdividiéndose en la esfera de las ideas matemáticas o dianoia –conocimiento deductivo o discursivo en general– y en la esfera de las ideas puras o noesis. El episteme o ciencia encapsula los objetos del conocimiento, cabiendo en ella la tendencia filosófica investigativa, el amor de la filosofía, en la búsqueda de la verdad y de la certeza.
El paso operado del mundo sensible al mundo inteligible, en las esferas desiguales planteadas con anterioridad, y viceversa, se denomina dialéctica ascendente y descendente, suponiendo la liberación del cuerpo como cárcel o prisión del alma, mediante del ejercicio en las ideas “anamnesis”, el uso de conceptos, y es el descenso hacia lo cotidiano de la vida en la acumulación de las certezas filosóficas: el control del cuerpo por el alma, la conducción anímica