Hacer poesía, para tiempos de tecnología de punta y de la era virtual, no parece ser una actividad emprendedora, sensata y útilmente bien invertida. Es más bien todo lo contrario una actividad de apostolado, de soñadores, de personas que viven ancladas a cierto romanticismo y tradicionalismo que ya no encaja con un mundo donde prima el espectáculo, la transitividad de las imágenes, la volatibilidad del conocimiento, y la primacía de la materialidad expresada en la preeminencia de los recursos económicos cuya valoración no concede tregua a la oportunidad de reexión y al deleite del espíritu. La vigencia de la poesía en los tiempos actuales se debe todavía y felizmente a la gran cantidad de lectores que aún tienen fé, en el arte de la palabra, son personas que ven en la poesía la otra forma de sentir y anhelar una mejor realidad y orientar -aunque sea por instantes- la apreciación del mundo, la posibilidad de asombrarse y reconocerse vivo entre inmensas adversidades.
En nuestra región de Puno, oscilamos entre la tradición y la vanguardia en literatura y particularmente en poesía. Es necesario que para que la tradición perviva, perviva también su vigencia, su permanencia, y haya poetas que recobren lo rescatable de esa tradición. Pero también es necesaria la vanguardia, porque sólo con ella asumiremos riesgos, novedades, cambios verdaderos de acuerdo a los nuevos tiempos, a la necesaria sincronía y amalgamiento entre pasado, presente y futuro y a sintonizar con las transformaciones que se nos presenta en el mundo. Los creadores como buenos receptores son los más llamados a advertir los peligros y amenazas que el mundo puede gestar en contra del humanismo, del arte, de la belleza, y de los valores. Sin embargo, en buena cuenta también nos muestran – como siempre lo han hecho- que no puede haber nada en el mundo que ponga en riesgo, y menos destruya los más excelso que aún nos queda como es la naturaleza,
el arte, la humanidad, y ante ello hay que cerrar las para tenerlas
como premisas para la creación y la edicación de la cultura.
Finalmente, es necesario curarnos de inmovilismo, de apatía, de
desidia y de indiferencia, desde nuestras autoridades, hasta todos
los ciudadanos de a pie, tenemos que apoyar a la cultura y al arte,
que es lo único valioso que una sociedad tiene en sus obras que
quedan para la posteridad, por lo tanto preguntémonos qué
estamos haciendo para que nuestros paisanos, compatriotas, con
esos perles vayan mostrando, vayan entregando a la sociedad sus
frutos macerados desde sus lecturas, de su pertinaz constancia y
que nos sirvan a nosotros para que en ellos -como creían nuestros
ancestros - reejen sus inquietudes como crónicas, de lo que
vivimos en este tiempo. No hay excusas para sustraernos en no
alentar, en no estimular los talentos, las legítimas aspiraciones que
desde niños se tienen para desarrollar propuestas que nos ayuden a
forjar los cambios, las nuevas mentalidades. Este libro está
destinado a que los lectores sientan que tenemos a nuestro lado a
personas que sienten y piensan y lo expresan en el trabajo de la
palabra. Ahora nos toca a nosotros que les demos a sus hacedores la oportunidad, la conanza y el aliento para que sigan adelante y a
futuro nos sigan obsequiando mayores y sólidos logros.