"Al centro de la pequeña pampa contigua a la casa de mi abuela habla un alto y ramoso mango cubierto de nidos de paucares. Bajo ese árbol pasaba yo comúnmente el tiempo, escuchando a los muy cantores y "habladores" paucares, observando el requiebro de los carneros y chanchos a sus hembras, a los gavilanes que robaban pollos y gallinas, la pelea de los pavos con los gallos, que está rodeada de interesantes ocurrencias... Horas tras hora estaba yo con mis amigos paucares. No me cansaba de oírlos... Y por ratos entablaba con ellos un divertido coloquio: cantaba, silbaba, fingía llorar, y los pájaros me remedaban en seguida…”