Los organismos internacionales han clasificado las naciones en tres categorías de ingresos: países altos (con un ingreso per cápita superior a US$10 000 anuales), países medios (con un ingreso per cápita entre US$5000 y US$10 000) y países bajos (con un ingreso per cápita inferior a US$5000 anuales).
Esta clasificación se complementa con la tradicional división entre países del primer, segundo y tercer mundo. En el primer mundo se ubican los países capitalistas con un alto grado de industrialización; en el segundo, los países capitalistas de mediano desarrollo; y, por último, en el tercer, los países subdesarrollados, dependientes y con un desarrollo económico rezagado.
Una perspectiva adicional se basa en la División Internacional del Trabajo (DIT), que distingue entre países especializados en la producción industrial, con una abundante dotación de capital y tecnología, y países cuya especialización se centra en la producción de materias primas. Esta categorización ha generado una dicotomía entre países: aquellos que lideran el desarrollo científico y tecnológico, con una producción diversificada basada en tecnología de vanguardia, y aquellos cuya economía se centra en la producción primaria o la exportación de materias primas, con una escasa base industrial y tecnológica, lo que se traduce en una producción de bienes con un valor agregado limitado o nulo, comúnmente denominados commodities, como minerales, productos agrícolas o harina de pescado.
Asimismo, se puede establecer una distinción entre países que poseen ventajas comparativas y, simultáneamente, ventajas competitivas. Los países altamente industrializados ostentan ventajas comparativas estáticas y ventajas competitivas dinámicas, siendo esta última una consecuencia de la alta calidad de sus servicios. En contraste, existen países que presentan ventajas comparativas estáticas, como sus recursos naturales, paisajes, o patrimonio histórico y cultural, pero cuyas ventajas competitivas son rudimentarias, debido a una baja calidad de servicios que limita su capacidad para atraer inversión extranjera y turismo.
A estas clasificaciones se suma la división entre países imperialistas, que ejercen un dominio a nivel mundial (económico, financiero, tecnológico, político y militar), y países dominados, subordinados a los dictados de los países hegemónicos, que implementan las directrices del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la ONU y otros organismos internacionales.
De igual manera, se observa una brecha entre países desarrollados, que se benefician de la globalización económica, y países pobres excluidos de los beneficios del desarrollo, muchos de los cuales han descendido a la categoría de países inviables. No obstante, la realidad subyacente es la existencia de una disparidad entre países desarrollados, con una alta capacidad productiva, industrias diversificadas, producción tecnológica avanzada y una economía no especializada, y la mayoría de los países, que se han especializado en la producción primaria, con una escasa capacidad productiva, una base industrial limitada y una tendencia hacia la reprimarización de sus economías, exacerbada por la implementación de modelos económicos neoliberales.
Esta descripción nos permite afirmar que el capitalismo, como sistema económico y social dominante a nivel mundial, se caracteriza por la generación de desigualdad, exclusión, desempleo, pobreza, hambre y miseria, así como por la contaminación ambiental y el calentamiento global. Pero se encuentra en una fase de crisis, con una creciente resistencia por parte de los pueblos, los trabajadores y el propio planeta, que sufre las consecuencias de la voracidad y el consumismo inherentes al modelo capitalista. Ha fracasado en su intento de promover la justicia social y eliminar, o al menos reducir, las barreras que impiden el desarrollo económico y la construcción de una sociedad más equitativa.
Los resultados económicos y sociales de América Latina, Asia y África evidencian el fracaso del sistema capitalista, que en sus 400 años de existencia solo ha generado pobreza, hambre, exclusión y una creciente desigualdad, mientras que un reducido grupo de individuos acumula una riqueza exorbitante. A pesar de ello, los teóricos del capitalismo insisten en el fracaso del socialismo, el fin de las ideologías y el fin de la historia (Francis Fukuyama). Ante esto, cabe preguntarse: ¿dónde está el éxito del capitalismo? ¿Acaso el éxito del capitalismo se encuentra en los países de África, Asia y América Latina, donde habitan 5000 millones de personas en situación de pobreza? Es lamentable que los principios de libertad, igualdad y fraternidad, proclamados por la Revolución francesa, que puso fin al feudalismo, han quedado relegados a la teoría, lo que exige una lucha constante para alcanzarlos en la práctica.
El presente trabajo tiene como objetivo analizar el drama de países como el nuestro, excluidos del desarrollo.