Ahora que tu cuerpo quiere dejar de ser tuyo
debo advertirte, papá, que tu carne y tu sangre están aquí conmigo
resguardados y vivos, palpitantes
como heridas y tesoros.
«Pues lo he comprendido –soy yo finalmente, entonces,
aquel tu remoto, incomprendido y pretérito yo
aquel hombre admirado, odiado, amado y compadecido
al que he hablado constantemente de tú
cuando debió haber sido un mudo, generoso nosotros».