Felipe y Rebeca se encuentran en la estación de autobuses, a punto de dirigirse hacia San Vicente. Ellos se detestan desde preescolar y sus madres, sin saber nada, los obligan a sentarse juntos. En ese largo camino se gastan bromas pesadas, se inventan apodos nuevos y se confiesan travesuras del pasado, haciendo que su enemistad se incremente. Sin embargo, al descubrir que tienen en común la separación de sus padres, toman confianza poco a poco. De pronto, ya no se odian tanto, y Felipe se da cuenta de que algunas historias pueden tener un final feliz.