Son las ocho de la noche en Lima y recién llegado de mi paradero de los Pirineos franceses a la Ciudad de los Reyes, estoy descansando de mi largo viaje sentado en un bar de Miraflores, alrededor de una taza de café. Me acompaña uno de mis viejos amigos limeños de los años ochenta.
De repente irrumpe en nuestra conversación a rienda suelta un rabioso artículo, recién salido en un blog de Internet, donde los dos estábamos mencionados: yo como blanco y él como testigo. Así que lo más naturalmente del mundo le pedí al amigo, periodista y narrador, que, en calidad de testigo presencial, no de una ficción sino de una pretendida realidad, rectificara la verdad en su propio blog desenmascarando los ofensivos embustes expresados por el autor del artículo y que sus cómplices estaban haciendo circular con insidiosos comentarios.