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ISBN 978-612-49052-4-7

Currículo de las universidades Latinoamericanas
teoría, situación actual y posicionamiento


Autor:Espinoza Carbajal, Quelbin Toledo
Cedeño León, José Darío
Condori Meléndez, Hugo
Gómez Landeo, Ángel Héctor
Santacruz Espinoza, Atanacia
Lázaro Guillermo, Juan Carlos
Editorial:Mar Caribe de Josefrank Pernalete Lugo
Materia:Educación superior
Público objetivo:Profesional / académico
Publicado:2022-10-19
Número de edición:1
Tamaño:5Mb
Precio:S/50
Soporte:Digital
Formato:Pdf (.pdf)
Idioma:Español

Reseña

Tomando en cuenta la teoría de Hararí, dos de las amenazas que tendrá el liberalismo en el siglo XXI son, en primer lugar, que los humanos perderán completamente su valor pero que seguirán siendo valiosos colectivamente, pero perderán su autoridad individual, para ser gestionados por algoritmos externos. Eso significa que el sistema seguirá necesitándonos para que compongamos sinfonías, enseñemos historia o escribamos códigos informáticos, pero nos conocerá mejor que nosotros mismos, y por lo tanto tomará por nosotros la mayoría de las decisiones importantes, y nosotros estaremos encantados de que lo haga.
No será necesariamente un mundo malo; sin embargo, será un mundo posliberal. Hay, sin embargo, una tercera amenaza para el liberalismo en este siglo y es que algunas personas seguirán siendo a la vez indispensables e indescifrables, pero constituirán una élite reducida y privilegiada de humanos mejorados. Estos súper humanos gozarán de capacidades inauditas y de creatividad sin precedentes, lo que les permitirá seguir tomando muchas de las decisiones más importantes del mundo.
Realizarán servicios importantes para el sistema, mientras que el sistema no puede entenderlos. Sin embargo, la mayoría de los humanos no se han actualizado y, como resultado, el resto de los humanos se han convertido en una clase inferior, controlados tanto por algoritmos informáticos como por nuevos humanos.
La división de la humanidad en castas biológicas destruye los cimientos de la ideología liberal. El liberalismo puede coexistir con desventaja socioeconómica. Prefiriendo la libertad a la igualdad, da por sentadas tales lagunas. Sin embargo, el liberalismo sigue creyendo que todas las personas tienen el mismo valor y poder.
Desde un punto de vista liberal, es absolutamente cierto que uno es un millonario que vive en un lujoso castillo y el otro es un granjero pobre en una choza. Porque según el liberalismo, la experiencia única de un granjero es tan valiosa como la experiencia de un multimillonario. En este sentido, los autores liberales escriben voluminosas novelas sobre las experiencias de los agricultores pobres que incluso los multimillonarios leen esos libros con interés. Si el lector va a Broadway o al Covent Garden a ver Los miserables, descubrirá que los mejores asientos cuestan centenares de dólares, y que la suma de la riqueza del público probablemente alcance miles de millones, pero que, aun así, empatiza con Jean Valjean, que cumplió diecinueve años de cárcel por robar una hogaza de pan para dar de comer a su sobrino hambriento.
La misma lógica opera el día de las elecciones, cuando el voto del campesino pobre vale exactamente lo mismo que el del multimillonario. La solución liberal a la desigualdad social es conceder el mismo valor a las diferentes experiencias humanas, en lugar de crear las mismas experiencias para todos. Sin embargo, ¿cuál será la suerte de esta solución cuando ricos y pobres estén separados no solo por la riqueza, sino también por brechas biológicas reales?
En un artículo publicado en The New York Times, Angelina Jolie mencionaba el elevado coste de las pruebas genéticas. Hoy, la prueba que Jolie menciona cuesta $ 3.000 (excluyendo el costo de la mastectomía, cirugía reconstructiva y tratamiento relacionados. Esto es en un mundo donde 1.000 millones de personas ganan menos de un dólar al día, y otros 1.500 millones ganan entre uno y dos dólares al día. Aunque trabajen toda su vida, nunca podrán pagar tres mil dólares por las pruebas genéticas. Y las diferencias económicas no hacen más que aumentar. A principios de 2016, las 62 personas más ricas del mundo tenían tanto dinero como las 3.600 millones de personas más pobres. Dado que la población mundial es de aproximadamente 7.200 millones de personas, esto significa que estos 62 multimillonarios juntos acumulan tanta riqueza como toda la mitad inferior de la humanidad.
Es probable que el coste de las pruebas de ADN se reduzca con el tiempo, pero con regularidad aparecen procedimientos nuevos y caros. De modo que, mientras que los tratamientos antiguos se pondrán gradualmente al alcance de las masas, las élites se encontrarán siempre un par de pasos por delante. A lo largo de la historia, los ricos han gozado de muchas ventajas sociales y políticas, pero nunca había habido una enorme brecha biológica que los separara de los pobres. Los aristócratas medievales afirmaban que por sus venas corría sangre azul superior y los brahmanes hindúes insistían en que eran naturalmente más listos que nadie, pero esto era pura ficción. Sin embargo, en el futuro podríamos ver cómo se abren brechas reales en las capacidades físicas y cognitivas entre una clase superior mejorada y el resto de la sociedad.
Dada esta situación hipotética, la respuesta estándar de los científicos es que en el siglo muchos avances médicos también comenzaron con imperios, pero finalmente beneficiaron a toda la población y ayudaron a reducir la brecha social, no a ampliarla. Por ejemplo, la clase alta de países occidentales usó vacunas y antibióticos, pero hoy en día mejoran la vida de las personas en todas partes. Sin embargo, la posibilidad de repetir este proceso en el siglo XXI sólo puede ser una fantasía, por dos importantes razones. Primero, la medicina del siglo XX intentaba curar a los enfermos. La medicina del siglo XXI intenta cada vez más mejorar la salud.
Curar a los enfermos fue un proyecto humanitario, porque daba por hecho que existe un estándar normativo de salud física y mental que todos pueden y deben disfrutar. Si alguien caía por debajo de la norma, era tarea de los médicos resolver el problema y ayudarlo a “ser como todo el mundo”. En cambio, mejorar a los sanos es un proyecto elitista, porque rechaza la idea de un estándar universal aplicable a todos, y pretende conceder a algunos individuos ventajas sobre los demás.
La gente quiere una memoria superior, una inteligencia por encima de la media y capacidades sexuales de primera. Si alguna forma de mejora resulta tan barata y común que todos pueden disfrutarla, esta se considerará simplemente el nuevo umbral de base que la siguiente generación de tratamientos se esforzará en sobrepasar. Por otra parte, la medicina del siglo XX benefició a las masas porque el siglo XX fue la época de las masas.
Los ejércitos del siglo XX necesitaban millones de soldados sanos y la economía necesitaba millones de trabajadores sanos. En consecuencia, los Estados establecieron servicios de salud pública para asegurar la salud y el vigor de todos. Nuestros mayores logros médicos fueron los servicios de higiene masivos, las campañas de vacunación y la superación masivas de las epidemias. La élite japonesa tenía un interés particular en vacunar a los pobres y en construir hospitales y sistemas de alcantarillado en los barrios humildes porque, si querían que Japón fuera una nación fuerte con un ejército y una economía fuertes, necesitaban muchos millones de soldados y obreros sanos. Pero la época de masas podría haber terminado, y con ella la época de la medicina de masas.
En el momento en que los soldados y obreros humanos dejen paso a los algoritmos, al menos algunas élites podrían llegar a la conclusión de que no tiene sentido proporcionar condiciones mejoradas o incluso estándares de salud para las masas de gente pobre e inútil, y que es mucho más sensato centrarse en mejorar más allá de la norma a un puñado de súper humanos.
En la actualidad, la tasa de natalidad ya está cayendo en países tecnológicamente avanzados como Japón y Corea del Sur, donde se realizan esfuerzos prodigiosos en la crianza y la educación de cada vez menos niños, de los que se espera cada vez más. ¿Cómo pueden esperar grandes países en vías de desarrollo como la India, Perú, Brasil o Nigeria competir con Japón? Estos países podrían equipararse a un largo tren. Las élites de los vagones de primera clase gozan de servicios de salud, educación y niveles de ingresos equiparables a los de los países más desarrollados del mundo.
Sin embargo, los centenares de millones de ciudadanos de a pie que atestan los vagones de tercera clase siguen padeciendo enfermedades muy extendidas, ignorancia y pobreza. ¿Qué preferirán hacer las élites indias, peruanas, brasileñas y nigerianas en el próximo siglo: invertir en resolver los problemas de centenares de millones de pobres o en mejorar a unos cuantos millones de ricos?
A diferencia de lo que ocurría en el siglo XX, cuando la élite tenía interés en resolver los problemas de los pobres porque eran vitales desde el punto de vista militar y económico, en el siglo XXI la estrategia más eficiente (y, no obstante, despiadada) podría ser desenganchar los inútiles vagones de tercera clase y acelerar solo con los de primera.
Para competir con Japón, Brasil necesitará mucho más a un puñado de super humanos mejorados que a millones de trabajadores de a pie sanos. ¿Cómo pueden las creencias liberales sobrevivir al surgimiento de súper humanos con extraordinarias habilidades físicas, emocionales e intelectuales? ¿Y si, estos inusuales mostraran experiencias radicalmente diferentes a las de los Sapiens normales? ¿Qué pasa si la gente se aburre con las novelas sobre las experiencias de pobres ladrones, mientras que la gente común encuentra confusos los dramas sobre amores humanos inusuales?
Los grandes proyectos humanos del siglo XX (eliminar el hambre, la pestilencia y la guerra) apuntaron a proporcionar estándares universales de abundancia, salud y paz para todas las personas sin excepción. Los nuevos proyectos del siglo XXI (acceso a la inmortalidad, felicidad y divinidad) esperan servir también a toda la humanidad. Sin embargo, dado que estos proyectos apuntan a ir más allá de la norma y no protegerla, pueden conducir a la creación de una nueva clase de anormales que abandonan sus raíces liberales y tratan a la gente común no mejor que a los europeos del siglo XIX africanos.
Cuando los descubrimientos científicos y el progreso tecnológico dividan a la humanidad en una masa inútil de humanos y una pequeña élite de perfectos súper humanos o cuando el poder se transfiera por completo a algoritmos bioinspirados y altamente inteligentes, el liberalismo colapsará. ¿Qué nuevas religiones, educación o ideologías pueden llenar el vacío y guiar el desarrollo posterior de la generación casi divina?
Juan Carlos Lázaro Guillermo y José Dario Cedeño León

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