San Francisco de Sales describía el Calvario como «el monte de los amantes». Allí, y solo allí, se comprende que «no se puede tener la vida sin el amor, ni el amor sin la muerte del Redentor; más, fuera de allí, todo es o muerte eterna o amor eterno, y toda la sabiduría cristiana consiste en elegir bien». De esta manera puede cerrar su Tratado remitiendo a la conclusión de un discurso de san Agustín sobre la caridad: «¿Qué hay más fiel que el amor, no al servicio de la vanidad, sino de la eternidad? En efecto, tolera todo en la vida presente, porque cree todo lo referente a la vida futura, y sufre todo lo que aquí le sobreviene, porque espera todo lo que allí se le promete; con razón nunca desfallece. Así, pues, persigan el amor y, pensando devotamente en él, aporten frutos de justicia. Y cualquier alabanza que ustedes hayan encontrado más exuberante de lo que yo haya podido decir, muéstrese en sus costumbres».
Esto es lo que nos deja ver la vida del santo obispo de Annecy, y que se nos entrega nuevamente a cada uno. Que la celebración del cuarto centenario de su nacimiento al cielo nos ayude a hacer de ello devota memoria; y que, por su intercesión, el Señor infunda con abundancia los dones del Espíritu en el camino del santo Pueblo fiel de Dios.