ISBN 978-612-48689-9-3

Reseña

La buena nueva que trae este Código es que nos quedamos acá en la Tierra, de modo definitivo. La felicidad, la vida perfecta, eterna, lo conseguimos dando continuidad a los logros que vamos sumando, poco a poco, en libertad; igualmente, por este acontecer, irán mejorando en calidad las acciones que definen el comportamiento del hombre.
Estos niveles de trasformación, en crecimiento, lo venimos logrando en una senda definida por las reglas que rigen la existencia de los seres humanos; Dios da la vida a todas las cosas, vida que el hombre comparte con distinción, que además de ser agradable y muy rica, ha propiciado enraizar una cultura de amor identificada en cada pueblo y lugar donde surja un conglomerado humano. Estas enseñanzas divinas, que orientan un buen vivir, no cambiarán, porque es parte de la estabilidad que otorga el equilibrio universal, de un divino amor compartido.
El repaso de la historia nos dice que todas las promesas se cumplen, como constantes que otorgan confianza al curso de los pasos que venimos dando, por lo tanto, tenemos la seguridad, que se cumplirá, a través de nosotros mismos, la promesa de: crear “un cielo nuevo y una tierra nueva”, que no es otra cosa que “el Reino de Dios”, anunciado como “la buena nueva” (Is 65,18). La completa trasformación de los seres humanos, dará paso a nuestra vida relativa, imperfecta, de la que nadie volverá a tener memoria.
La tendencia natural nuestra es volver a Él; nos ha instalado en este mundo y hará todo lo posible para que el hombre no pierda la memoria de haber estado en la tierra; luchará hasta el último, para que su buena voluntad prevalezca. Nuestra meta debe ser, tener el gozo de encontrarnos juntos, en ese gran día de gloria, compartiendo la “salvación divina”.
“Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Nosotros somos los constructores de nuestra vida eterna; importancia que hasta hoy viene demostrada en la fortaleza de enfrentar nuestra vida, en una forma práctica y auténtica, más allá de viejos conceptos y posturas filosóficas diversas. Cumpliendo con la voluntad de nuestro Dios, todos buscamos una mejor vida en este mundo, sintiendo que esta tierra es nuestra propiedad definitiva.
La esperanza es como el amanecer, donde el sol sale para todos; si en algún momento sientes que para ti ya no existe ese caudal que te inspire la búsqueda de algo mejor, solo será un vacío temporal que se superará con acciones de dar, pues servir al prójimo es la entrega o renuncia que te hace libre, es el momento de olvidarse de uno mismo proyectándose hacia los demás y es el único camino de hacer realidad el reino de los cielos; esta es la enseñanza que Jesús nos ha dejado en todo su esplendor, al permitir morir en la cruz, como muestra del mejor servicio hecho a la humanidad.
Este mundo y la vida son nuestros; sabiendo lo que somos y queremos ser, solo queda agradecer a Dios con gratitud permanente, al enterarnos de que venimos recibiendo nuestro premio de hacer nuestro cielo, que empezó a ser entregado en el día mismo que fuimos creados; no olvidemos y nunca estará de demás recordar, que hacer las cosas con corrección, es dar continuidad a la santidad nuestra que Dios nos pide.