Etsa Bustos —un crédulo en la democracia que cree que los problemas sociopolíticos se pueden resolver con el diálogo—, tras perder a su hermano en los enfrentamientos con la policía en Andahuaylas, se une a la delegación que emprende a Lima para derrocar al gobierno ilegítimo de Boluarte. También lo hacen otras delegaciones principalmente del sur del país que enarbolan la frase “el sur ruge”. Ante ello, el gobierno se arma desplegando a miles de policías; aparte de Lima, las regiones más convulsas del interior del país están en estado de emergencia, lo que da riendas sueltas a policías y militares para abatir a civiles que ya cuenta con medio ciento de bajas, en enfrentamientos cara a cara, emboscadas y ejecuciones extrajudiciales; mientras que, el gobierno escupe halagos y bonos para las fuerzas del orden alegando que están cumpliendo con heroísmo y eficacia la defensa de la democracia. En ese escenario, Etsa y Fabiola, entre inhalación de gases lacrimógenos, charcos de sangre y sentimientos encontrados, argumentan los fundamentos de la evolución social que por naturaleza no conoce de estancamientos.