Desde la Epopeya de Gilgamesh y el Mahabharata pasando por la Ilíada, la Divina Comedia, La Araucana, hasta cantos contemporáneos como los de Pound, Neruda y Cardenal, la poesía ha tenido la inconmensurable misión de volver a hablar con los muertos, no dejar que la vida acabe en la vida, intentar aunque sea por última vez que esa palabra final tenga un oyente, un testigo, una póstuma pasión. En esa larga tradición, que le
da el cabal sentido a la literatura, es que el poeta chileno Raúl Zurita ha levantado un memorial como Canto a su amor desaparecido que no solo intenta reparar lo irreparable, sino que además le da a nuestro presente la posibilidad de una redención en las propias exequias de la poesía.
HÉCTOR HERNÁNDEZ MONTECINOS