Desde que la internet se volvió un componente cotidiano de nuestras vidas, vivimos un tiempo en el que muchos procesos sociales y culturales se han acelerado enormemente. No solo la internet permite acelerar la transmisión, sino que además diversifica el acceso: en un mundo de medios masivos como la televisión, podríamos ver canales de todo el mundo y sin embargo no tener la posibilidad de encontrar pequeños videos hechos por interesados en un tema, películas perdidas rescatadas por algún fan o transmisiones de eventos completamente especializados.
Esta diversificación de la comunicación ha traído consigo muchas consecuencias, no solo para la política, sin duda. El consumo de contenido permite a muchas más personas enterarse de lo que pasa, pero no solo desde la mirada «neutral» de los medios de comunicación masiva, sino desde las diversas perspectivas, personales y colectivas, que encuentran expresión en los medios digitales, como se suele llamar a las formas de comunicación que usan como mecanismo técnico a la internet.
La pandemia de 2020/2021 ha producido una exacerbación de este fenómeno. Incluso en países desiguales como el Perú, la penetración de los servicios de acceso a los medios digitales —como la telefonía móvil con servicio de datos— es significativa: el Osiptel reporta más de 90% de hogares limeños con conexiones móviles a la internet; cada vez más jóvenes viven su vida «en la pantalla», es decir interactúan con el mundo y entre sí a través de sus dispositivos digitales; y en tiempos de encierro en casa, lo digital se vuelve un cabo que nos rescata de la soledad y nos conecta con el mundo. Incluso cuando las cosas pasan delante de nosotros, por así decirlo, las vemos y las vivimos digitalmente. La televisión es una experiencia secundaria para jóvenes que pueden pasar horas saltando entre videos, memes y posts; likeando contenido; compartiendo con amigos lo que encuentran; incluso creando sus propios videos cortos en TikTok, la primera plataforma china de presencia mundial.