Fedor Dostoievsky, en su posición de escritor realista, dio un consejo a los jóvenes escritores diciendo que no imaginaran nada —la imaginación había que desecharla—, que el material de sus escritos está alrededor de ellos, enfrente, a un lado, en la realidad circundante. Lo que quiso decir concretamente es que no imaginaran como lo hicieron los románticos sino que la materia prima estaba en el mundo cotidiano del día a día. Y el realismo fue un gran movimiento literaria a nivel universal en el siglo XIX. Esto se aplica en la novela Lirio de agua de la escritora Mildred Luján Segura. Ella toma todos los elementos de su universo cotidiano, que es
la realidad de su país y que a su vez es la historia de muchos países de Latinoamérica que día a día viven con la violencia en todas sus facetas: la violencia de género, violencia intrafamiliar, la trata de personas, las desapariciones, el narcotráfico, el derecho de piso, las expropiaciones de tierra, el robo de animales de campo, la lista podría ser larga y reconocida por diferentes lectores de muchas regiones hermanas.