Los médicos buscan en sus intervenciones arrancar toda la maleza que nace en los jardines del tejido humano. Pero los mortales no tenemos especialidad, desconocemos como debe tratarse la gangrena amorosa y el dolor rábico. “Nocturna soledad y otros poemas” de Ramina Herrera es una alegoría de aquellos padecimientos que enferman las paredes de lo emocional y encabalga en sus versos el diagnóstico de una mujer postrada por la enfermedad de los amores desprendidos. El miembro purulento debe arrancarse de tajo, sin remordimiento para que no se infecte. Sin embargo, cuántos diabéticos no han muerto por un muñón en donde volvió a florecer el mal; por un dedo al que se aferraron o peor aún, terminan falleciendo por la ausencia de la célula extraída, del miembro que se volvió en su contra. El órgano atrofiado, el hijo quimérico, la ausencia del yo que se construye en el otro, requiere valor para soportar la carga del recuerdo o la soledad de aquello que sólo si se conoce hiere. El hijo es pierna, el amante es mano, el enamorado es el alma que sufre por las extremidades perdidas. El incisivo dolor que Ramina Herrera deja en “Nocturna soledad y otros poemas”, nos lleva por un camino de afiladas aristas, en donde por lo menos una estrofa cortará la piel del lector.
Araceli Amador Vázquez
Ciudad de México, México