Esta pandemia no ha dejado indiferente a ningún habitante de este planeta que ha visto afectada su existencia de una u otra manera sin importar su edad, género, procedencia, estatus social, económico o cultural. El virus ha cumplido de forma macabra una vieja esperanza: nos ha igualado a todos ante su implacable ley y nos ha sometido a los dictados de su mutante naturaleza obligándonos a renunciar a nuestros proyectos para tomarlo obligatoriamente en consideración. Ha tenido un enorme éxito no solo en llamar nuestra atención sino en Interferir en nuestros asuntos y amenazar nuestras vidas atacando precisamente aquello que nos hizo prosperar en el pasado: nuestra capacidad de trabajar unidos. Mientras más interactuamos, más favorecemos su avance y la mejor manera de evitar que nos asalte es alejarnos unos de otros, encerrarnos, aislarnos, prohibirnos el contacto físico al que como primates estamos acostumbrados.